viernes. 19.04.2024

UN LIBRO NO ES, EN MODO ALGUNO, MORAL O INMORAL. LOS LIBROS ESTÁN BIEN O MAL ESCRITOS. ESTO ES TODO” (Prefacio de Oscar Wilde en El retrato de Dorian Gray).

El otro día una compañera de trabajo buscaba información acerca del Día Mundial contra la violencia machista y se encontró con un artículo de Lucía Etxebarría en el que acusaba a Gabriel García Márquez de hacer apología de la explotación infantil y de la violación en su novela Memoria de mis putas tristes. Ahí es nada. Lo que sorprende es que esta acusación provenga de alguien que se llama a sí misma escritora.

Si aplicamos el razonamiento que Etxebarría sigue para censurar la novela de García Márquez, deberíamos cargarnos numerosos relatos considerados obras de arte porque construyen historias bellas a partir de personajes de “dudosa moralidad”. Es más, seguramente son tantos que no cabrían en este artículo. Nombraré sólo algunos. Desde el ejemplo más evidente por su similitud temática, la Lolita de Nabokov, pasando por El amante de Marguerite Duras, o toda la obra literaria de Charles Bukowski.

Vuelvo a Wilde:

“El artista es el creador de cosas bellas. Revelar el arte y ocultar al artista es la finalidad del arte.

Los que encuentran intenciones feas en cosas bellas están corrompidos sin ser encantadores. Esto es un defecto.

La vida moral del hombre forma parte del tema para el artista; pero la moralidad del arte consiste en el uso perfecto de un medio imperfecto. Ningún artista desea probar nada.

Ningún artista es nunca morboso. El artista puede expresarlo todo.

Pensamiento y lenguaje son para el artista instrumentos de un arte.

Vicio y virtud son para el artista materiales de un arte”.

Quizás Lucía Etxebarría quería reabrir el debate del siglo XIX entre “el arte por el arte” y “el arte comprometido”. En tal caso, hizo un planteamiento equivocado.

Aunque seguramente lo que quería, era demostrar que nuestra sociedad se rige por una doble moral. Pero las obras de arte no son el lugar adecuado para definir una escala de valores. Las obras de arte son un acto de libertad individual sin más límites que los que la propia obra imponga; son una creación única, fruto de una revelación íntima que no puede ser juzgada de acuerdo a unas normas externas, como se ha hecho en este caso: de acuerdo a un determinado sistema moral.

Para rastrear la doble moral de nuestras sociedades hay ejemplos muy ilustrativos en la realidad de cada día.

Sin ir más lejos, un día me encontré en un suplemento de moda de un diario de tirada nacional un reportaje muy significativo. La modelo que vestía las prendas publicitadas aparecía en actitud seductora, sensual, lujuriosa. Nada que objetar. Pero resulta que tenía el aspecto de una niña de 12 años. 14 si me apuran, aunque yo pensé en 12. Me impresionó tanto que utilizasen a una niña ofreciendo sus “encantos sexuales” que busqué en las páginas de atrás el nombre de la modelo. Los autores del reportaje sabían exactamente lo que hacían y se cubrieron las espaldas de antemano: efectivamente, aparecía el nombre de la modelo junto a su edad, 21 años.

Vale, era mayor de edad. Pero aparentaba diez años menos, y eso es lo que vieron los hombres y mujeres que compraron esa revista. ¿Por qué los responsables de la edición publicaron un reportaje así? Si no estuviesen seguros de que eso iba a gustar, ¿lo habrían hecho? Si pensasen que eso iba a repugnar al público, ¿lo habrían hecho?

Cacería de artistas
Comentarios