viernes. 19.04.2024

La semana pasada escribí un artículo de opinión en el que criticaba la postura de la asociación independentista Titeroygakat. Lo escribí desde la rabia que me producía la falta de complejos de sus miembros al afirmar que había que impedir como fuese que los residentes extranjeros no comunitarios tuviesen derecho a voto en nuestro país. Terminaban su discurso haciendo un llamamiento a la población para que saliese de sus casas y tomase las calles para protestar contra tan peligrosa iniciativa.

Hoy la rabia ha dejado paso a la reflexión y puedo añadir algo más, probablemente más alejado de pensamientos manidos. Se lo debo a un reciente amigo que cuando le conté cómo era mi artículo, me hizo ver que había respondido a un tópico con otro tópico.

Sigo sin entender que unos seres humanos se auto-concedan el privilegio de negar los derechos que ellos ya disfrutan a otros seres humanos, únicamente por el hecho de que son extranjeros, pero creo que todos debemos hacer un auto-examen de conciencia en este asunto.

Los miembros de Titeroygakat entienden el mundo desde una visión jerarquizada de la realidad, en la que la pertenencia a un determinado grupo es definitiva a la hora de ser juzgado moralmente. No son los únicos. Es fácil ilustrarlo con ejemplos de países en los que la mujer sigue siendo discriminada por ley. Las guerras son también un claro ejemplo de la falta de respeto por la soberanía del otro, en este caso de otro Estado. Sin embargo, no hace falta irse tan lejos. Los extranjeros no reciben el mismo trato que el resto de ciudadanos en nuestro país. En nuestras sociedades “democráticas” aún existen ciudadanos de primera y de segunda clase. Pero no es un problema de los legisladores. Nosotros, individualmente, no vemos ni sentimos igual al desconocido. Los inmigrantes, los gitanos, los toxicómanos, los “enfermos mentales”... son personas obligadas a vivir en la periferia de nuestra sociedad. No somos capaces de relacionarnos con ellos, de verles como iguales. Nos asusta la incertidumbre, la falta de control y de previsión de su comportamiento. Y como no sabemos qué hacer les encerramos en psiquiátricos, en cárceles, en guetos o descampados alejados de nuestro campo de acción (y de visión).

Todos, por lo tanto, somos responsables del mundo que estamos creando a partir de esa visión jerarquizada de la realidad que mencioné antes. Pero el ser humano, pese a sus miserias, tiene la capacidad de cambiar las cosas, de superar sus miedos y de ser mejor ser humano. Ignoro si la iniciativa del PSOE e IU para impulsar el derecho a voto de los extranjeros residentes en nuestro país está motivada por fines tan altruistas. Pero creo que la extensión de los derechos que disfrutamos unos pocos privilegiados al mayor número de personas posible, es un progreso real, de los que hacen que el mundo sea un poco mejor. Sólo por eso, siento como una obligación moral el hecho de defenderla. Esta medida, si finalmente sale adelante, no acabará con la xenofobia. Ese es un objetivo que nos incumbe a todos y cada uno de nosotros, personalmente. Sin embargo, son muy pocas las ocasiones en las que la política se convierte en POLÍTICA y nos da la posibilidad de ser testigos de su verdadero propósito: ser motor del DESARROLLO HUMANO.

Y ahora, si ustedes quieren, hablamos de un sistema de saneamiento tan deficiente que cuando llueve un poco se obstruye e inunda las calles de aguas fecales; o de contenedores de basura desbordados y malolientes, de solares llenos de escombros y de calzadas llenas de agujeros; o de ocho meses en lista de espera para una visita al ginecólogo, de la ausencia de un sistema de transporte público decente; también podemos hablar del kilo de manzanas a 5 euros; de fiestas locales con presupuestos millonarios y de la carencia de guarderías públicas. Todas ellas, razones mucho más poderosas para tomar las calles de esta Isla con pancartas, que la de negar el voto a los extranjeros residentes en nuestro país. Esas acciones ciudadanas son también POLÍTICA con mayúsculas, y está a nuestro alcance ponerlas en práctica.

Política con mayúsculas
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