viernes. 29.03.2024

La víspera de reyes iba con un grupo de amigos a cenar cerca del Charco. Eran las diez de la noche y al pasar por delante de la librería El Puente descubrimos que estaba abierta. En ese instante me acordé de Nueva York, la ciudad que nunca duerme. Probablemente porque fue allí donde vi una librería abierta de noche por primera vez en mi vida.

Entramos, claro. Los libreros aún mantenían el ritmo acelerado de una jornada de compras apresuradas y compulsivas. Se apreciaba en los huecos vacíos de las estanterías, algo insólito en esta librería, donde normalmente falta sitio para todos los volúmenes.

Un amigo quería comprar un libro para su chica. Con su imagen en la cabeza busqué en la zona de narrativa.

Mientras dura ese recorrido entre títulos y autores, portadas y contraportadas, el tiempo se detiene y desaparecen las referencias geográficas. Podría estar en Madrid o en cualquier otra ciudad. En El Puente me olvido de la parte de mi vida más rutinaria y desapasionada. Creo que por eso es un lugar imprescindible para mí, hasta el punto de que se ha convertido en un “centro turístico” más al que llevo a los amigos y familiares que vienen a visitar la Isla.

Finalmente encontré “El lado frío de la almohada” de Belén Copegui. Perfecto para ella.

Norberto y Jordi seguían trabajando, rellenando los huecos de las estanterías. Y sin embargo, el ambiente era festivo. Al fin y al cabo, ellos son felices entre libros, todos nosotros lo éramos en ese momento. Y era víspera de reyes.

Elogio a los libreros
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