jueves. 25.04.2024

David Meca ha conseguido otra de sus machadas. Como nadador en competiciones de las que dan brillo, Juegos Olímpicos o Mundiales, no se halla. Lo suyo son las grandes travesías, los desafíos. No le importa meterse en aguas en las que pueda haber pirañas, tiburones o medusas ni pasarse más de treinta y seis horas en el mar para ir desde la costa alicantina a Ibiza.

Además este Meca es más listo que el hambre. Consciente de que la suya es una especialidad deportiva en la que nunca nos fijaríamos los medios de comunicación (c'est la vie, este negocio no lo inventé yo), David no hace más que sembrarnos las redacciones con balizas de muchos colores. En el colmo de la astucia, sabedor de que, incluso haciendo eso, el fútbol y el "fenómeno Alonso" le pasarían velozmente por la izquierda, Meca aprovecha cuando la Liga y la Fórmula Uno están de vacaciones para sorprendernos con un nuevo y extravagante reto, cuanto más extravagante mucho mejor. Y funciona, vaya que si funciona.

Si David Meca ha tenido la inmensa fortuna de la que gozó en su día (supongo que sin su conocimiento puesto que sería muy chiquitín) Fernando Alonso y, como en el caso del piloto asturiano, Jaime Lissavetzky también ha seguido atentamente su trayectoria desde que tenía tres años, albergo pocas dudas al respecto: el campeón mundial de 25 kilómetros en aguas abiertas (entre otros muchísimos títulos) obtendrá el Premio Príncipe de Asturias de los Deportes en 2006. David es indiscutiblemente un "campeón singular" y lleva mucho tiempo abriendo "nuevos caminos en especialidades de máxima dificultad", que fueron las dos razones fundamentales que adujo el jurado al concederle el galardón al campeón mundial de Fórmula Uno.

Un campeón singular que merece el Príncipe de Asturias
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