Por Andrés Chaves
1.- Sé de un médico tinerfeño, ginecólogo, que durante su estancia en la facultad llegó a coleccionar cientos de esquelas, empapelando con ellas la habitación en la que se alojaba. El culto a las esquelas no es nuevo; me parece que era Cela quien coleccionaba algunas curiosas; y Luis Carandell , en varios de sus libros, las incluía por su originalidad. Yo las leo siempre, quizá iniciando mi propia cuenta atrás, pero en este periódico se publicó una el otro día la mar de curiosa. Había fallecido don Francisco Martín Perdomo , viudo de doña Lucía González González , a los 75 años de edad. Y en la esquela, bajo su nombre, por razones más que obvias, aparecía el siguiente nombrete: Paco de Lucía . La popularidad de un diario se estima también por la proliferación de las esquelas en sus páginas. Las familias bien de Madrid las mandan a publicar en el ABC. La excepción de la norma que cito es que ni el El Mundo ni en El País aparecen muchas; no es su estilo. Ellos se lo pierden.
2.- En esta isla se han dado casos muy curiosos de esquelas sonadas. Cuando falleció un conocido tinerfeño, con muchos posibles, dejó como heredero universal a uno de sus sobrinos, descuidando a los otros. El afortunado, en su afán de poner en ridículo a sus parientes desheredados, publicó en el periódico una esquela en la que incluía el nombre del fallecido y en la relación de doloridos apuntó: su heredero universal, Fulano de Tal; sus desconsolados sobrinos (y adjuntaba los nombres). Genial. La crónica bufa funeraria se enriquece con la leyenda que sigue. Muere un conocido comerciante tinerfeño y deja escrito, en el testamento, que cada uno de sus cuatro hijos deposite en el ataúd quince millones de las antiguas pesetas. Tres de ellos cumplen el encargo y el cuarto extiende un cheque (a nombre del fallecido) por sesenta millones, lo mete en la caja mortuoria y recoge todo el efectivo.
3.- La literatura funeraria se enriquece mucho con la lectura de las esquelas, en donde aparecen nombretes, circunstancias concretas del fallecido, fotos y toda una avalancha de datos que invitan, a veces, a la sonrisa, dejando a un lado la tristeza que producen las desapariciones de personas. Otro día hablaremos de los epitafios de los cementerios, tan llenos de ocurrencias, como la famosa de Groucho Marx : "Perdonen que no me levante".
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