Mientras Don Simón sigue con el lío del número de muertos –conste que me da pena de Don Simón y de la que tiene encima-, a mí me duele el tronco de la oreja. Lo explico. Debe ser que tengo la cabeza rara. Algún tipo de molde dolicocéfalo fallido quizá, pero me tira mucho el elástico de la mascarilla y me ha provocado un morado en el citado tronco de la oreja derecha, hasta el punto de que no me puedo colocar las gafas para ver la tele porque la patilla me molesta. Lo que faltaba, que tampoco pueda ver gritar a Ferreras y titubear a Marlaska, con lo que eso me gusta. Sí hice un esfuerzo para presenciar la intervención memorable de Cayetana Álvarez de Toledo, que a mí me pone, no sé si porque es marquesa o por su cuello de cisne vienés. Esto del artículo diario es divertido, porque te da la dimensión de la jornada, sin más aspiraciones. Y es la propia jornada la que te marca el compás. César González-Ruano decía: “Mañana tengo que levantarme temprano para escribir 5.000 pesetas”, que es lo que le pagaban, un suponer, por cinco artículos, que unas veces escribía y otras dictaba, dependiendo del temblor de su mano derecha. Pues a mí hoy me duele espantosamente el tronco de la oreja, por culpa del coronavirus y de las medidas de Don Simón, al que ya he dicho que le tomado afecto y, en su homenaje, este mes de junio que viene no haré otra cosa que consumir tinto de verano. No sé, me da que me van a cambiar todas mis costumbres, aunque se han convertido en tan rutinarias que a lo mejor no hay nada que cambiar. Hoy sólo quería contarles a ustedes que me duele el tronco de la oreja. A lo mejor mañana no.
Publicado en Diario de Avisos