A mí, las próximas elecciones me importan un comino. Me parecen un cachondeo, así que no iré a votar. Me da igual quiénes ganen, con tal de que no ganen los podemitas, que nos meterían en las cavernas, sea la versión chalet, sea la versión Tintín. No siento la más mínima emoción por la nueva llamada a las urnas y me quedaré en casa, riéndome. Como me he reído con el viaje a Nueva York de Pedro Sánchez. El tío aprovecha cualquier soplido para tomarse unas vacaciones, con avión y hotel gratis. ¿Y los catalanes? ¿Qué se puede esperar de un Parlamento impune que intenta proteger a los terroristas y expulsar a los agentes de la ley? Es inédito en una democracia occidental, así que los independentistas deben sentirse muy satisfechos viviendo bajo el paraguas de ese hombre con aspecto de gañán del Ampurdán llamado Torra, o algo así. Esta España –plural, eso sí- es imprevisible, por lo cual tampoco se sabe a ciencia cierta quién va a ganar las elecciones de noviembre. Hay otros que están peor: a Boris Johnson se le puede complicar el Brexit y Trump puede recibir el impeachment. Están todos buenos. Pedro Sánchez anunciará, ya lo verán, un aumento de las pensiones y los viejos irán en tropel con la papeleta del PSOE en la mano. Mientras, se anuncia una nueva crisis económica y los bancos, sin nadie a quien prestarle dinero, se dedican a vender coches eléctricos, móviles y televisores. Es el mundo al revés, porque hasta Coalición Canaria se ha juntado con Román para dar vida al nacionalismo activo. ¡Qué horror!, aquí no escapa nadie. Comprenderán que un domingo no da para más. Vayan a misa, para escuchar las estupideces que dicen los curas desde los púlpitos.
Publicado en Diario de Avisos