miércoles. 30.04.2025

Uno de los grandes males que aquejan la política española en general y la lanzaroteña en particular es el exceso de protagonismo de todos aquellos que quieren participar en la vida pública de forma directa o indirecta. Poco a poco, con la evidente profesionalización de la política, se ha conseguido que ya nadie se enrole en una formación sin que en lugar de tener aspiraciones de servir a los demás, de ayudar al partido al que supuestamente uno sirve porque comparte sus ideales, se quiera tener notoriedad, poder o dinero. Es decir, a un lado ha quedado esa participación silenciosa de la mayoría, de todos los militantes y simpatizantes que sin ganar un euro y sin que sus nombres figuraran en ningún lugar más allá de las listas internas del partido se dejaban el alma para conseguir los mejores resultados posibles. Todo el mundo busca algo. Bueno, casi todo el mundo, porque siempre hay excepciones. Esta circunstancia se hace todavía peor cuando aparecen los caudillos, las personas que dentro de los partidos se arrogan autoridades y poderes que en realidad no les pertenecen, personas que se creen capaces de aglutinar la mayoría de las voluntades. Algunos, como es triste fama, consiguen sus objetivos, pero otros no, otros se estrellan contra un muro. Nosotros, desde luego, estamos y estaremos en contra de todo tipo de caudillaje, y apostamos seriamente porque se imponga en todos los partidos -en todos sin excepción- el criterio colectivo, el criterio de la mayoría. Sin mayorías no se va a ninguna parte. Ya tuvimos cuarenta años de dictadura, y vimos cómo fueron.

LOS CAUDILLOS ESTÁN DE MÁS
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