Por Miguel Ángel de León
Se inició este lunes en el Parlamento regional canario el pomposamente denominado, en mala hora, Debate sobre es Estado de la Nacionalidad, que los nacionalistas entienden en realidad como Estado de la Endogamia. A este respecto, recomiendo el artículo que firmaba el martes de esta misma semana Raúl del Pozo en el diario El Mundo, que es más que clarificador, para mi gusto. Sobre el discurso o lectura mecánica de los casi 40 folios de Adán Martín no añadiré nada más. Hay cosas que se comentan solas, a fe mía.
Me interesa mucho más, acaso por deformación profesional, fijarme en los nombretes que los políticos ponen a estos inventos, que son tan aparatosos como perfectamente prescindibles, de puro inútiles. Veamos: Estado es lo que los cursis de derechas, los acomplejados despistadísimos de la izquierda y los periodistas más zotes entienden que viene siendo España, y así se habla incluso de “periódicos estatales”, aunque yo sólo conozco el B.O.E. De todo lo cual se deduce e infiere -un suponer- que los futbolistas paisanos Juan Carlos Valerón o Manuel Pablo no jugaban hasta hace poco -poco antes de sus respectivas y graves lesiones, se sobreentiende, de las que afortunadamente se han recuperado- en la Selección de España sino en la Selección del Estado. Burradas por el estilo las escuchamos y leemos a diario en cualquier medio de (des)información, como es triste fama.
Como todo hijo de vecina, los canarios éramos hasta casi el otro día de nacionalidad española. Pero el nacionalismo de moda, que cree que las cosas cambian con cambiarle el nombre a las cosas, salió alegando que es la propia Canarias la que ya es una nacionalidad en sí misma, nada menos. De ahí que decidieran hace unos años, con el consentimiento de este PSOE entreguista que nos avergüenza a todos los socialistas que no le hemos sacado partido económico al partido político, trocar lo que hasta entonces se llamaba Debate del estado de la Región por el nombrete de Debate del estado de la Nacionalidad, que entienden los etnomaníacos que da más prestigio (?). Esto de los complejos de inferioridad, como es de ver, lleva al individuo, una y otra vez, a hacer el ridículo a cada paso. Nada nuevo bajo el sol de la doctrina aldeana, que es paleta por definición.
Lo que no se puede negar, empero, es que el recurrente cuento de la nacionalidad canaria no es un buen chiste. Y un consuelo, claro, porque el hecho de que los canarios ya seamos, como queda dicho, una nacionalidad como es debido no es ninguna broma, qué va. Eso ya se merece un respeto, y menos aceite da un carozo.
Pocas bromas con nosotros de aquí en adelante. Hasta ayer mismo no éramos apenas nadie, pero ahora ya somos algo. Te levantas por las mañanas y hasta pareces otro, porque eso de pertenecer a una nacionalidad imprime carácter, al contrario que ser no más que vecino de una región o archipiélago sin casta. Te miras al espejo y hasta ya no pareces el mismo palanquín de siempre. ¿Seré menos canario pero más tolete, o a la inversa? Tamaña y tan profunda duda existencial no me dejará dormir durante varios días, a buen seguro, porque ya me voy conociendo un poquito y suelo ser muy sensible para estas cosas de las denominaciones de origen.
Lo escribió Juan Ramón Jiménez: “¡Inteligencia, dame el nombre exacto de las cosas!”. Y eso que él escribía inteligencia con jota, con toda la jeta. (de-leon@ya.com).