Por Andrés Chaves
1.- Un lector de mi libro "Postales de nuestros padres", Jorge Díaz González , me envía un atinado e-mail haciendo una serie de consideraciones sobre errores en la localización de ciertos paisajes, postales trucadas en la época, etcétera. Tiene razón el lector cuando habla de un fotomontaje, quizá uno de los primeros de la historia de la postal. Se trata de la tarjeta que representa a un campesino y una lechera, con el cono volcánico de Las Arenas al fondo. La fotografía de la citada montaña, también llamada de La Horca, situada en el Puerto de la Cruz, es de Carl Norman , tomada en el año 1893; y la del campesino y la lechera pertenece a la misma época, pero se desconoce su autor. Tampoco se sabe nada de quién las trucó para componer una postal bucólica de Tenerife. Jorge Díaz González, a quien le agradezco mucho las observaciones que hace sobre el libro y que los coleccione (ya saben que aparece uno cada año), sería un eficaz colaborador a la hora de conseguir portales antiguas.
2.- Me alegro mucho de que esta colección haya despertado tanta afición por recopilar fotografías antiguas -distintas a las tarjetas postales, aunque en tantas ocasiones una postal tenga su origen en una foto--. Me ha enviado también un e-mail un viejo conocido portuense, Zoilo , que ha colgado en la Internet una serie de estampas portuenses en las que aparecemos tantos, mucho más jóvenes. Y Juan Luis García del Rey , querido amigo, suele mostrarme hermosas vistas de Tenerife; y así otros lectores y amigos, que me distinguen con su amable correspondencia. Ahora que las cifras del turismo nos han tocado la corneta, preparo alguna publicación sobre las viejas guías turísticas de la isla, algunas de las cuales han llegado hasta mí gracias a la gentileza de personas como Julio , propietario que fue de la añorada librería Goya. Si tiene más, aquí estoy.
3.- ¿Cualquier tiempo pasado fue mejor? Probablemente, no; pero es en la infancia y en la juventud del ser humano cuando ocurren las cosas maravillosas que uno recuerda de mayor. Y yo echo de menos las frondas, las casa viejas, el olor a tea, el ambiente limpio, la ausencia de malicia, el poder andar por cualquier parte porque todo el mundo conocía a todo el mundo, el respeto por la gente, los comportamientos educados, el trato afable. Una isla de colores, hermosa, cuyo campo te invitaba a volver. La postal nos trae esos aires de nostalgia tan agradables, y por qué no decirlo, que hoy se venden tan bien.
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