1.- Y en medio de todo el follón de si hay o no Gobierno, de la abstención técnica y de la madre que los parió, el señor Margallo quiere plantar una bandera española en la roca, en Gibraltar, y pretende ofrecer a los llanitos soberanía compartida, paraíso fiscal y reja fuera. A eso me apunto yo, pero los gibraltareños recelan, desde que José Luis y su Guitarra –¿se acuerdan? – cantaba y tocaba aquello de “Gibraltar español”, una canción que le erizaba los pelos de los huevos al anciano Invicto (ya saben, la manzana podrida) y que era bailada, en mis tiempos, en las discotecas de Madrid, que me parecían, por cierto, bastante cutres. Está bien que Margallo se ocupe de esos asuntos porque lo de la formación del nuevo Gobierno es casposo y muy lento. El pobre Javier Fernández, que es asturiano, sabrá tocar la gaita, pero sobre todo, sabrá templarlas. Porque hay unos cuantos que no quieren elecciones, pero tampoco quieren abstenerse y ambas cosas son imposibles, juntas. Hay que elegir entre una y otra. Rajoy lo que desea son comicios porque un informe de la bruja americana contratada por su jefe de Gabinete, el antipático catalán Jorge Moragas, le dice que, mínimo, obtendrían el 18/D, 150 diputados. Y como están los tiempos 150 diputados significa que le roban unos cuantos al PSOE y a Ciudadanos. Y mira que si el PSOE se queda en setenta y pico. ¿Dónde va? Sería el acabose, la destrucción del partido, cuyo desmoronamiento comenzó, con tanto y lamentable acierto, en los ya lejanos tiempos de Pedro Sánchez, relegado al gallinero del Congreso porque no le encuentra sitio fuera, donde hace pelete.
2.- Javier Fernández no para, se ha instalado en Madrid, descuidando Asturias, que es su feudo natural y donde le quieren. Esperemos que no le pida consejo a Revilla, que le volvió loca la cabeza a Clavijo el nuestro, en Madrid, a cuenta de la financiación de las autonomías –autonosuyas, que diría el extinto Vizcaíno Casas, paz descanse–. Una vez, Vizcaíno Casas me puso a parir en Interviu, por una parida que dije de esas de las mías. Luego comimos en Garachico e hicimos las paces, o, la verdad, ahora no sé si fue al revés, primero la comida y luego la puesta a parir. Yo cuando era joven acudía a los almuerzos con gente importante y siempre decía que sí a todo, no discutía; cuando fui mayor ya discutía de forma contumaz. Y ahora me ha vuelto otra vez la época calmosa y me la suda todo. Bueno, casi todo. Viscaíno Casas, además de escritor agudo, era un buen abogado laboralista de Valencia, cuando los abogados laboralistas ganaban mucho dinero, en plena y bendita Transición.
3.- Ardo en deseos de comprar –mañana, si es posible– el libro del irreverente católico Juan Manuel de Prada (autor de “Coños”), “Mirlo blanco, cisne negro”, editado por Espasa y que creo que es una crítica socio-periodístico-editorial cojonuda, según he leído en varios artículos y entrevistas. Hoy iré a Agapea (libros urgentes), o quizá a Lemus, a ver si ya les ha llegado. Creo que se ha presentado en Madrid en estos días.