jueves. 18.04.2024

¿Se lo imaginan? Desde hace algunas semanas estoy aparcando nuevamente a diario en los valiosos terrenos del Islote del Francés. Encontré a Nicolás y su mujer, personas conocidas que se ganaban la vida cuidando coches, pero también a nuevos compañeros de marginalidad. Uno de esos días llegué y vi a la mujer de Nicolás totalmente destrozada, sin la alegría habitual y vestida íntegramente de negro. Aunque era fácil suponer lo sucedido, me acerqué a ella y sin bajarme del coche le pregunté: ¿Qué pasó? Con voz entrecortada me contó que su marido había muerto. Hace año y medio aproximadamente, a raíz de que el Ayuntamiento de Arrecife dio prácticamente por cerrado el convenio para quedarse con el Islote y cuando empezaron a barajarse alternativas para la gente que vive allí, entrevisté a la pareja para conocer impresiones sobre su presente e incierto futuro. Quizá por ello me reveló detalles sobre la muerte de Nicolás. De su relato me impresionó la forma como insistentemente repetía que su marido había muerto “tranquilito y sin sufrir”. Según dijo, a Nicolás le dio un infarto mientras descansaba en su cama. Efectivamente no murió con los dolores de una cruel enfermedad, pero resulta hasta inocente decir que, mal viviendo en esas condiciones, se pueda afirmar que no hay sufrimiento de por medio. Sencillamente es una muestra de resignación. Preguntaba al inicio de la columna si era posible imaginarnos cómo sería pasar un invierno en las naves de La Rocar. Muchos nos quejamos, con razón, del deterioro de viviendas nuevas por efectos de la humedad y de las consecuencias negativas en la salud. La situación de la gente que ‘habita' en el Islote es denigrante

Aún no hay salidas claras de reubicación para unas personas que tarde o temprano tendrán que abandonar La Rocar. Sé que para el Ayuntamiento no es fácil tomar a una decisión, pero sería muy penoso esperar que se consuma el acuerdo con los propietarios y verse obligado a echar literalmente la gente a la calle.

Un invierno en La Rocar
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