Ayer hablábamos en este mismo espacio editorial de las justas y razonables reclamaciones que en materia educativa se siguen haciendo desde las islas periféricas de Canarias, como es el caso concreto de Lanzarote y su ansiado campus universitario, pues siguen sin cubrirse muchas necesidades básicas en esa materia. Hacíamos referencia, concretamente, a los estudios de rango superior o universitario. Hoy seguimos hablando de la Enseñanza en los primeros estadios y estudios de la misma, coincidiendo con la finalización estos días del curso escolar 2005/06, para la alegría incontenible de los chinijos ante los tres meses de playa y tele que les espera, y para desespero de la mayoría de los padres que ya están temiéndose la que se les viene encima.
Guste o disguste, la realidad educativa insular es muy tozuda. Y las frías cifras no digamos. Esa realidad nos recuerda a cada paso, por poner el ejemplo más llamativo y el que también suele causar más alarma y acaparar más titulares de prensa, que Canarias sigue siendo, a principios de este siglo XXI que ya ha cogido velocidad de crucero en tantísimos avances tecnológicos y formativos, una de las regiones españolas con mayor índice de fracaso escolar... y además con diferencia sobre el resto de las comunidades españolas. Con mucha diferencia. Con llamativa y escandalosa diferencia, incluso. Pero nadie, o casi nadie, parece querer darse por aludido ni por enterado... y muchísimo menos los directamente implicados en ese fracaso escolar, que no son exclusivamente los alumnos, como es lógico y fácil suponer, por más que muchos estén influidos por eso que llaman el entorno social, las amistades peligrosas, los problemas familiares (eso cuando existe una familia propiamente dicha, que es una institución casi en peligro de extinción), la mencionada televisión o caja tonta, los juegos electrónicos... y suma y sigue.
Esa otra verdad del entorno poco favorable o favorecedor para los estudiantes potenciales, empero, no ha de ser excusa para orillar las responsabilidades en quienes, al menos en teoría, las han de asumir. Como los avestruces, los supuestos responsables políticos y educativos esconden la cabeza bajo el ala ante la reiterada constatación de ese hecho, el alarmante y creciente fracaso escolar, a todas luces escandaloso. Como mucho, a lo más que llegan estos responsables, que a veces no responden a su cometido principal, es a echarle toda la culpa de ese creciente fracaso estudiantil al mencionado entorno social y familiar. La excusa, en un principio, podía tener un pase. Pero ya, por repetida y manida, sólo suena a lo que es: mera excusa para no asumir las responsabilidades por parte de las autoridades políticas en la materia y, precisamente y paradójicamente, del profesorado más mimado y mejor pagado de toda España. También ahí las cifras cantas, y pocas veces la comparación resulta tan odiosa.
Puestos a contarlo todo, verdad es también que en no pocas ocasiones determinados sindicatos gremiales, que no han sabido disimular su exclusivo interés corporativista y han hecho olímpico desprecio del supremo interés del alumnado (que debe ser siempre el principal protagonista cuando se habla de Educación), han contribuido igualmente a crear esa suerte de fobia social hacia el profesorado, que se refleja luego en indiferencia o en manifiesta indignación cada vez que en la calle se oye hablar de una nueva protesta o huelga educativa. Ya se avisa y se advierte en la Biblia que quien siembra vientos recoge tempestades... o soledades, tanto monta.
Muchos han señalado ya a las autoridades políticas y educativas que han colocado a la Enseñanza canaria en el pelotón de los torpes, en comparación con la que se imparte en el resto de España. Son incomprensibles esos elevados y vergonzantes porcentajes de fracaso escolar, sobre todo si se tiene en cuenta que, como apuntábamos antes, los profesionales canarios son privilegiados a escala nacional: son los que se hicieron con la dichosa homologación; los que ensayaron la también "dichosa" (para ellos, no está tan claro que también para los alumnos y mucho menos para los padres) jornada continua, sin que se aplicase el previo compromiso de las programaciones extraescolares; los que han superado todas las marcas en innecesarias y ociosas comisiones de servicio, así como en las continuas y casi siempre injustificadas huelgas.
El fracaso escolar y el consiguiente fracaso educativo habla por sí mismo, sin la necesidad ni la necedad de que lo "interpreten" o hagan una lectura claramente interesada los que no quieren ver la evidencia. El reto o la meta para el próximo curso -y los que vengan- debería estar ya más que claro en la mente de las autoridades políticas y educativas. Que todos hinquen los codos, como hacen los buenos alumnos, que alguno quedará, en época de exámenes.