Después de unos meses en los que toda la atención informativa se había desviado hacia la provincia occidental del Archipiélago en lo tocante a la llegada masiva de inmigrantes en los denominados cayucos, en las últimas fechas había vuelto a producirse esa suerte de goteo -que muchas veces se torna trágico- de la arribada de pateras, lanchas o frágiles barquillos a Lanzarote, momentáneamente detenido en seco -valga el aparente contrasentido- por las lluvias y el tiempo revuelto de las últimas horas. Es de prever que volverán con el buen tiempo, con SIVE o sin él, con o sin Frontex. Las medidas políticas o policiales no van a detener, por las buenas, el empeño humano de buscar una mejor vida para él y los suyos.
Se le pueden poner todos los paños calientes que se quiera, y se puede presumir de ser muy progresista, muy solidario y muy políticamente correcto, pero la realidad es la que es, así la contemplen unos u otros, se quiera reconocer o se pretenda maquillar: a día de hoy, y sólo hay que pulsar epidérmicamente la opinión ciudadana, el principal problema que afronta Canarias en general y Lanzarote en particular es el de la inmigración. Ni guerras intra o interpartidistas ni otras pendencias políticas, ni conflictos empresariales, ni altas o bajas turísticas ni mucho menos el paro testimonial o anecdótico que se sigue registrando en nuestra isla, para no ir más lejos en el tiempo y en el lugar. Hay lo que hay. El que quiera verlo sólo tiene que abrir los ojos y desparramar la vista, por decirlo en canario. Y el que no, pude seguir haciéndose el loco y mirando hacia otro lado. Ojos que no ven, corazón que no siente, como dice otra vieja sentencia del siempre sabio y riquísimo refranero español.
Con todo y pese a todo, ese hecho y esa problemática objetiva, que tiene y mantiene a las islas desde hace ya meses en las portadas de toda la prensa nacional e incluso internacional, no nos ha de llevar nunca a posturas tan extremas como ridículas, del mal estilo de los lamentables sucesos manifiestamente racistas que se registraron el pasado en San Bartolomé de Tirajana (Gran Canaria) o Garachico (Tenerife), y mucho menos a fomentar manifestaciones declarada y descaradamente xenófobas como la que tuvo lugar a finales de 2006 en Santa Cruz de Tenerife, respaldada -para mayor vergüenza y escarnio- por concretas fuerzas políticas y determinadas cabeceras periodísticas que llamaban al odio al distinto o al menesteroso.
Ni siquiera en situaciones extremas conviene confundir la gimnasia con la magnesia, ni caer en el amarillismo tremendista de algunas portadas insulares ni en los alarmismos injustificados y mentirosos de algunos líderes políticos ansiosos de pescar en el río revuelto de la xenofobia, a donde es tan fácil llevar -y ahogar allí- a las masas no avisadas o poco formadas y fácilmente manipulables con el miedo al otro, al extranjero. No se afrontan los problemas creando más problemas. No se soluciona nada acudiendo a las posturas radicales y a las soflamas destempladas. Esa vereda o atajo sólo conduce al abismo.
Hoy como ayer, los mensajes incendiarios pueden despertar la bestia de la xenofobia, del racismo todavía larvado, porque los bajos instintos son muy traicioneros: se sabe cómo se empiezan a manifestar pero nunca los estropicios -cuando no los holocaustos- que acaba cometiendo. ¿O es que hay que volver a recordar la historia y la histeria reciente del pasado siglo XX? ¿Qué otra lacra que no fuera la de los prejuicios racistas produjo el Holocausto judío del que todavía hoy se avergüenzan todos los alemanes, incluso los que no tuvieron arte ni parte directa en aquella barbarie humana, si exceptuamos a los cuatro descerebrados o cabezas rapadas de turno?
Todos los gobiernos implicados (el de Canarias, el español y la supranacional Unión Europea) están llamados a tomar medidas con respecto a esta penúltima crisis inmigratoria subsahariana que está teniendo como escenario unas islas minúsculas vecinas de un inmenso continente repleto de hambrientos que buscan lo que ha buscado siempre el hombre en toda la historia de la humanidad: la comida o el sustento allá donde esté, por encima de convenios, leyes o tratados internacionales. Tampoco es un episodio inédito en la reciente historia de Canarias, pues pocos isleños pueden decir ahora que no tienen o tuvieron algún pariente cercano que se vio obligado a salir de su acotado terruño en busca de una vida mejor.