En la prensa insular conocemos perfectamente el daño que ha hecho a Lanzarote el clientelismo político, lo que popularmente se conoce como “enchufes”. A lo largo de nuestra joven historia se ha producido una ingente cantidad de colocaciones “a dedo” en todas las instituciones públicas de la Isla, especialmente en el Cabildo insular. Se trata de un terrible mal que afecta a varias cuestiones: en primer lugar, el clientelismo político impide que la democracia funcione con el grado de justicia y decencia necesario, puesto que el enchufado se ve en la obligación de votar siempre al partido enchufador; en segundo lugar, se produce una saturación de las plantillas que obliga a los gobernantes a hacer auténticas obras de ingeniería financiera para hacer frente a las nóminas; en tercer lugar, se conforman instituciones públicas con personal no cualificado, gente que accede a puestos de trabajo sin los conocimientos necesarios para desempeñar las funciones que se le encomiendan; en cuarto lugar, se produce un efecto rebote que obliga a los partidos de nuevo acceso a enchufar a más gente, para equilibrar la balanza del clientelismo político...
Son algunos de los efectos negativos que se derivan de la colocación a dedo, pero hay muchos otros. El último que hemos descubierto tiene que ver con lo expuesto esta semana en este mismo diario por el director insular de Educación, Juan Cruz Sepúlveda, quien asegura que tanta contratación a dedo está provocando un desánimo entre los jóvenes que aspiran a ocupar una plaza de funcionariado público y entre aquellos que quieren estudiar carreras y que perciben que es mucho mejor apuntarse a una opción política determinada y esperar el enchufe. Más rendimiento con mucho menos esfuerzo. En concreto, Cruz entiende que en estos momentos es complicado motivar a los jóvenes a estudiar una carrera tan dura como medicina cuando piensan que es sencillo encontrar un trabajo en el sector público sin tener que pasar cinco años por la facultad. El responsable de Educación dice que ha constatado, hablando con los chicos de la Isla, que creen que “en muchos sitios se entra sin la debida publicidad o concurso público y no merece la pena irse fuera a estudiar si se puede acceder a esos trabajos por otras vías y sin ningún tipo de cualificación”. Cruz opina que esta valoración debería ser una llamada de atención para las instituciones y los políticos de turno, “salvo honrosas excepciones”, que han acogido a personal, no por sus méritos sino “por otras artes”.
Aunque puedan sorprender a muchos sus declaraciones, encierran una verdad innegable. Lanzarote debe ser uno de los pocos lugares del país en el que no se convocan oposiciones de ningún tipo. Estaría bien que alguien explicara cuál ha sido la última oferta pública de empleo que se ha hecho sin que se conociera de antemano el resultado final, porque, aunque muchos lo nieguen, también se han producido este tipo de contrataciones, las de personas a las que se creó una oposición y una plaza a su imagen y semejanza.
Resulta muy triste comprobar que el fenómeno todavía está vigente. El clientelismo político siempre ha funcionado bien, y no hay una sola formación de las que han tenido acceso directo al poder que se libre de esta pesada responsabilidad. Hay pocos políticos con responsabilidad directa en las contrataciones que puedan presumir de no haber enchufado a nadie.
El mal ya está hecho, aunque estamos a tiempo de corregirlo. El tiempo pasará, los funcionarios de ahora se tendrán que jubilar y tendrán que crearse nuevas plazas. Es el momento de que alguien decida hacer oposiciones justas, abiertas y sin trampas. Será el momento en el que los más capaces accederán a los puestos de trabajo que compensan también el esfuerzo empleado en el estudio. Se necesita pensar que algo así va a suceder, porque de lo contrario se estará matando algo tan importante para los que empiezan en el difícil camino de la vida como es la ilusión y la valoración de las cosas a través del trabajo.
La llamada de atención de Juan Cruz ha sido muy oportuna, atinada. Estará bien que haga lo mismo en los órganos de dirección de su partido, que convenza a otros políticos también para que hagan lo propio.