Durante el pasado fin de semana fueron incautados en Lanzarote unos 1.200 kilos de hachís, en el marco de una operación policial denominada “Tollo” (ya se ve que la Guardia Civil también sabe hablar “en canario” cuando quiere, antes incluso de la supuesta creación de la otra Policía Autónoma, rebautizada por los más coñones como la “Guanchancha”, por la que aboga el Ejecutivo regional que preside Adán Martín Menis). A la hora de redactar estas líneas editoriales, se había detenido a una docena de personas en distintos puntos de la isla, aunque la operación aún seguía abierta).
Como no ignora nadie a estas alturas, el narcotráfico va directamente unido a la delincuencia y la inseguridad ciudadana. Y se puede, aunque no se deba, intentar maquillar, disfrazar o relativizar la triste realidad que constituye esa creciente y más que preocupante inseguridad que se está viviendo en las últimas fechas en Lanzarote, que nos ha llevado a ocupar “privilegiados” lugares de portada en toda la prensa del Archipiélago en los últimos años.
Podemos hacer oídos sordos incluso a las protestas ciudadanas y a la principal preocupación de la totalidad de los vecinos. Desde la indolencia política se puede hacer todo eso y más. Pero si nos disparan en mitad de la frente, cerrar los ojos no evita que la bala nos mande al otro barrio.
En efecto, los políticos que no nos merecemos siguen echando balones fuera y culpándose los unos a los otros de sus respectivas ineptitudes. Y lo peor es la constatación empírica de que, cuando desde dos bandos públicos se acusan de incompetencia, casi siempre ambas partes llevan razón. Y todavía se atreverán, dentro de apenas un año, a pedirle el voto a este mismo pueblo indefenso al que tienen abandonado a su negra suerte. Se necesita tener poca vergüenza.
Más de uno ya se atreve a hablar de que en Arrecife, a día de hoy, no hay ni ley ni orden, sino que impera la ley de la selva o la del Oeste americano. Porque, interesadas y fáciles manipulaciones de cifras al margen, es lo cierto y fácilmente constatable que lo que hemos dado en llamar inseguridad ciudadana ha aumentado en las últimas fechas en la capital conejera en unos porcentajes tan elevadísimos y desproporcionados que ha terminado alarmando al mismísimo Ministerio de Interior... que de tan alarmado, claro, se ha debido quedar helado y no parece mover ni un solo dedo para paliar en la medida de sus posibilidades tan tremenda y tamaña situación. Los últimos y graves sucesos que están en la mente de todos (no tendríamos espacio para citarlos aquí y ahora uno por uno porque se nos quedaría chica la columna) sólo son un eslabón más de la larguísima cadena en la que se ha convertido las mil y una variedades de esa inseguridad ciudadana que se adueña de una pequeña ciudad insular.
Las críticas ciudadanas son prácticamente unánimes (todo el mundo se queja por todas las esquinas de lo mismo), las denuncias se amontonan en juzgados y comisarías (las que se presentan, que son una minoría), el miedo a andar por la calle es cada vez mayor puesto que los atracos o los tirones se producen a plena luz del día y en cualquier rincón. En suma, una situación insostenible. Y nadie pretende ser alarmista o catastrofista: de alarma y de catástrofe es la propia situación. De nosotros mismo depende afrontarla como es debido o seguir cerrando los ojos ante la grave realidad.