jueves. 15.05.2025

Saben los lectores de este único diario impreso de Lanzarote que la nuestra ya no es la única isla del Archipiélago canario que goza de la “denominación de origen” de Reserva Mundial de la Biosfera. Ahora la compartimos con otras, que a buen seguro también se habrán ganado ese título a pulso, muy merecidamente. Por cierto, menos mal que todavía somos Reserva Mundial de la Biosfera, porque a veces casi ni se nos nota, visto lo visto por ahí: los cientos de coches abandonados en las cunetas de la carreteras, los vertederos teóricamente clandestinos que nadie termina de prohibir de manera efectiva, los restos y las “gracias” que nos dejan las acampadas playeras, y un tan largo como abochornador etcétera que no nos iba a caber completo en esta sección editorial.

Así de feas las cosas, tiene su lógica que ya hayan sido muchas las voces y las veces que han sugerido renunciar a ese “gracioso” calificativo que un buen día Lanzarote se agenció en buena y noble lid, pero que actualmente constituye todo un sarcasmo ante la amarga realidad diaria de la creciente especulación urbanística que no para ninguna moratoria o plan de ordenación; de tantas constructoras y de tantísimos políticos con menos escrúpulos que los muchachos de Al Capone en el Chicago de los años treinta. Gracias a todo eso, y a cierta indolencia ciudadana también, puestos a contarlo todo, tenemos la isla más oriental de Canarias que en ocasiones y por según qué sitios da hasta vergüenza verla. Duele decirlo y nos fastidia todavía más escribirlo, pero peor sería ponernos la venda ante la deteriorada realidad. Cerrar los párpados ante el disparo en mitad de los ojos no evita que la bala nos termine enviando al otro barrio...

El Lanzarote tranquilo y pacífico de antaño, que tanto echan de menos los que tuvieron tiempo y edad para conocerlo, se nos escapa de las manos. Y no es demagogia ni estúpida melancolía “por el pasado que no volverá”, como decía la canción. Es la constatación de un hecho que también podemos ver todos los nacidos aquí que tenemos un poco de memoria.

El incansable y siempre recordado César Manrique iba sobrado de razón cuando, hace ya muchos años, advertía de la decadencia insular y amenazaba incluso con mandarse a mudar a otro sitio en el caso de que siguiera aumentando los mil y un despropósitos urbanísticos que tanto se cansó de denunciar a los largo de su vida nuestro artista más universal. Despropósitos que, con su muerte, se aceleraron, pues algunos se vieron libres definitivamente del dedo acusador de César, y hoy nadie tiene su misma autoridad moral, si hacemos la excepción de la Fundación que lleva su nombre, a la que no siempre se le hace mucho caso desde ciertas y sordas esferas del poder. [En la edición digital de CRÓNICAS DE LANZAROTE pueden leer las duras declaraciones que a principios de esta semana de agosto hacía el director de Actividades Fundacionales de la FCM, Fernando Gómez Aguilera].

Mientras, la gran crisis turística se viene larvando, muy calladamente, casi sin hacer ruido... hasta que sea llegada la hora del estrepitoso estallido. Lanzarote sigue viviendo casi exclusivamente de ese monocultivo: la agricultura no está de moda y la pesca sigue a la espera sólo de la estocada final, a pesar de las últimas promesas y nuevas licencias para volver a faenar en caladeros tradicionales.

Los conejeros más viejos acostumbran a decir que "cuando se vayan los turistas nos comeremos los bloques". Puede parecer una visión negativa o pesimista de la realidad, pero también es verdad que no van a quedar otras muchas cosas que comer, aparte del cemento. Bien se podría aplicar en el caso concreto del Lanzarote actual aquella conocida sentencia que reza que "entre todos la mataron y ella solita se murió". Sí, entre la incompetencia de unos políticos mayoritariamente ineptos, incapaces o incompetentes, la voracidad especulativa de determinados empresarios insaciables, y cierta indolencia o indiferencia de muchos conejeros que igual ya se han cansado de luchar en una batalla que a lo peor ya dan por perdida, entre todos -en efecto- hemos dejado que Lanzarote se nos esté yendo poco a poco de las manos, aunque también nos guste pensar, incluso a riesgo de pecar de ingenuos, que todavía hay tiempo para evitar su colapso total.

¿A DÓNDE VAMOS?
Comentarios