Por Andrés Chaves
1.- Ha muerto, en Caracas, a los 98 años, José Antonio Rial . Medalla de Oro de Canarias, Rial ha sido uno de nuestros mejores escritores; solo que en el exilio. Lo conocí gracias a Mauricio Gómez-Leal , otro buen amigo desaparecido este año. Los dos eran nonagenarios; o Mauricio, casi. Los dos vivieron el sueño de la emigración y se durmieron para siempre en ella. Rial llegó a hacer, incluso, teatro en Broadway, con la modestia del hispano que se acerca a Nueva York. La obra más conocida de este escritor de Isla de Lobos fue "La prisión de Fyffes", pero tiene más: "Venezuela imán" es una gozada de lectura; y las dos novelas que escribió de la guerra y la posguerra, editadas por Cultura, siendo consejero Juan-Manuel García Ramos , fueron espléndidas. "Segundo naufragio", sobre todo. Yo tuve el honor de prologar una novela suya y de introducirlo, de nuevo, ante el público canario; un público que había perdido. Llegó a ser redactor-jefe de "El Universal" de Caracas. Llegó lejos en esta profesión. Vivió de ella, que ya es importante.
2.- Rial no era un viejo apacible, sino un hombre exigente al que alimentaba la ironía. Fue capaz de perdonar, pero no olvidó ni su cautiverio ni a quienes le hicieron daño. Era un hombre enérgico y poderoso con la pluma, un periodista de gran oficio y un escritor con enorme facilidad para la novela histórica. En su literatura había mucho -todo- de autobiografía. Por eso no necesitó que otros se metieran en su vida; lo resolvió él mismo haciendo literatura de sí mismo, al estilo de García Márquez , de Vargas Llosa ; de tantos. Si no lo cuenta uno, ¿quién lo va a contar?
3.- En Venezuela fue un hombre conocido e influyente. Perdió en ocasiones el contacto con su tierra que, finalmente, le empezó a recordar cuando García Ramos, con mi vehemente intervención, le reivindicó ante los suyos. Yo intenté, siendo director de "La Gaceta", que Rial volviera al artículo semanal con sus lectores. Pero sucumbí al poco tiempo por penurias económicas del periódico. Fue una pena. José Antonio Rial coincidió conmigo en un avión a Caracas nada más recibir su Medalla de Oro. No me conoció. Estaba muy anciano y viajaba solo, ya sin su desaparecida esposa, Clorinda . Con él se va uno de los últimos literatos de la diáspora; quizá el último. Deja sus obras, que ya es bastante. La quinta Ítaca ya está vacía. Descanse en paz.
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