1.- Una de las manías más estúpidas de los jóvenes de hoy -y de los no tan jóvenes- es asociar el grado de diversión con la hora en que se fueron a acostar la noche (el día) de la gran fiesta; de cualquiera. "Fíjate, nos acostamos a las siete de la mañana". Probablemente con un gran pedo, sin enterarse de nada, babándose y diciendo gilipolladas, hasta el culo de alcohol de garrafón. Y con ese "a las siete de la mañana" convierten una noche bobalicona, en la que no se han enterado de nada, en una juerga real, llena de sexo y de divertimento. Leche de machanga; un desastre. Se lo llevaron en un taxi, se le arrojó al taxista en el coche, sus amigos tuvieron que limpiar la pota y el taxista llamó a los guardias, que levantaron acta para una improbable sanción. Y eso fue todo.
2.- Pues sepan ustedes que yo, el día de Nochebuena, me acosté a las 10. Cené un brazo gitano de "Soto", que estaba buenísimo -es el mejor que se hace en Santa Cruz-, y luego me fui a la cama, desde donde zapineé los bodrios de los programas de Navidad de las televisiones, hechos todos hace un mes, sin gracia. Ni siquiera les ponen bebidas a los invitados y esas mesas lucen desangeladas, sin una coca-cola ni un puñado de cortezas. Todo artificial y mamarracho, mal montado. Uno de esos programas giró en torno a un tal Pablo Alborán , que no se sabe si canta o está dando un recado. Y vi otro con los infumables Paz Padilla , una borde de mucho cuidado, y Joaquín Prats , que no tiene, ni mucho menos, la naturalidad de su padre, sino que es un esforzado forzado. Ah, otro de los programas era conducido por el disconforme Wyoming (no sé si se escribe así), que dejó la medicina para hacer el ridículo en la tele. Y eso.
3.- Y me acosté a las diez, coño, como cualquier persona normal. Sin que nadie me fumara al lado y sin que se me indigestara la comida. Y sin probar una gota de alcohol, a pesar de que tenía en la nevera una botella de "Cristal", que me regaló un amigo -por fin se le ve a alguien un detalle--. Esa fue mi Nochebuena y, al día siguiente, que es hoy, porque escribo el día 25, sin acidez de estómago, ni hipo desagradable, ni nada. Como una puncha. Hoy volveré a mi trabajo de ver las obras por el agujero de la valla, que es la diversión diaria del jubileta. Los de las siete de la mañana estarán todavía echando la pota y lamentándose de su poca cabeza.
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