Han trasladado a un joven cura en La Palma por intentar llevar a cabo una pastoral moderna, lejos de los tópicos absurdos de la Iglesia católica. ¿Quién se cala a estas alturas la imbecilidad de que Adán y Eva poblaron el mundo, el celibato obligado, la virginidad de María -como si no ser virgen llevara consigo la peste bubónica- y otras barbaridades que la Iglesia nos ha hecho creer? Ni un papa supuestamente progresista como este, que no asciende a cardenales a los nuncios que mentan a Franco, se libra de la quema de una Iglesia, que va proa al marisco. Además, por lazos del demonio -que no existe- nos ha tocado un obispo carca, que sanciona a los sacerdotes que pueden darle un vuelco a la Iglesia y protege a los carruchos, agarrados a la liturgia rígida, a la fe instalada en la estupidez y al tradicionalismo más abominable. Toda la mentira de la Iglesia se resume en la pregunta que mi compañero Pedro Domínguez le hizo al bondadoso agustino padre Pablo Díez, en el colegio. Estábamos hablando del misterio -¡y vaya misterio!- del nacimiento de Jesús y de la virginidad de su madre, cuando Pedro se levanta y le pregunta al viejo sacerdote: “Oiga, padre, ¿y san José era bobo o qué?”. La Iglesia cree que sublima esa relación elevándola a la nada y el pobre san José inmerso, digo yo, en el onanismo. No le quedaba otra. La Iglesia oculta pasajes escabrosos en la vida de su fundador, como su relación carnal con María Magdalena, que lo acompañó hasta su crucifixión. La Iglesia ha matado, igual que mata el Islam; parece que se turnan, una en las Cruzadas, el otro en los tiempos modernos. Los papas fornicaban como locos -como es lógico- y todo es un garabato sin tino que no estoy dispuesto a calarme.
Publicado en Diario de Avisos