miércoles. 24.04.2024

Yo nunca fui gordo de joven, hasta que me descuidé. Últimamente he perdido 20 kilos, pero me queda la barriga cervecera, que no siempre recuerdo meterla y con la relajación se me afloja. Cuando se me afloja, siempre hay alguien que quiere tocarla. Por ejemplo, el otro día venía yo de poner la lotería, en la plaza del Charco, y una señora se me acerca. Me relajé y se me salió la barriga y entonces ella, con toda naturalidad, contorneó con uno de sus dedos, y a la altura del ombligo, la figura del avión que lucía en mi camiseta, comprada a tres euros en Ali Exprés, China. Me vi sorprendido, metí la cosa pero era demasiado tarde porque la señora estaba ya en faena. Varias veces, cuando atábamos los perros con longaniza y yo compraba mucho -es decir, antes de 2008-, iba a El Corte Inglés y allí me estaba esperando un individuo, al que yo no conocía, con la llave del coche en la mano. Abajo, donde hoy venden los alimentos para los perritos. Indefectiblemente, me saludaba, muy amable, eso sí, pero como gesto de cariño y confianza me metía la llave en el ombligo y me decía: “Esto hay que bajarlo, ¿eh?”, tan gracioso. Como yo no conocía al hombre, me trancaba siempre. Hasta que me quedé con su cara y cuando lo veía, llave en mano, esperándome quizá, huía por la otra puerta y me colaba por la escalera o me encerraba en los lavabos. Hay gente que está muy pendiente de mí y me dice: “Estás más gordo”; esto con rotundidad. Otra siembra la duda: “Has perdido kilos, ¿estás enfermo?”, como buscándote el cáncer para propagar la noticia. En otros lugares la gente es respetuosa con el aspecto físico del ciudadano y jamás pregunta nada. ¡Confianzudos!

Publicado en Diario de Avisos

Mi barriga
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