Han proliferado en los últimos años los llamados bailes de magos. Me parece bien, pero me parecería mejor que se cuidara más el vestuario, sobre todo el calzado. No se debería ir a estos actos con el traje multicolor de La Orotava, con sus chalecos bordados, y calzando tenis, aunque sean blancos. El mago, cuando se viste de tal, ha de ir de mago de la cabeza a los pies. Tampoco la orquesta debería tocar y cantar Volare en una fiesta de magos, sino que tendrían que ser la isa, la folía, la malagueña y las cosas de Néstor las que privaran en el festejo. Pero las reuniones estas es bueno que se celebren, sobre todo para que trabajen los taxistas, que buena falta les hace, aunque sea llevando y trayendo a magos cargados, que renuncian -y hacen bien en renunciar- al coche propio. Mientras aquí, en mi pueblo, los magos se divertían, con sus neveras y sus tenis, en Madrid, la veterana Carmena, émula infructuosa de Tierno, ha dicho algo así como que “hay que colaborar con ellos, ellas y elles”. Toma coño. Madrid ha superado en todo a Ámsterdam menos en eso de los canales, aunque, si nos ponemos a ver, el río Manzanares no es más que un canal junto a un estadio en demolición. No había una plaza de hotel en Madrid, una ciudad tomada por el gayguerío, y convertida en la sede mundial de la libertad sexual. Qué divertido. Por estas partes sonaba Volare en la fiesta de magos portuense, pero esta vez no fue izada en la multidisciplinar plaza de Europa la bandera del arco iris, como hacían los sociatas en otros tiempos. Y es que ellos, ellas y elles se divierten con cualquier cosa. Son como niños.
Publicado en el Diario de Avisos