jueves. 28.03.2024

Mientras no reivindiquemos -y triunfemos en ello- la belleza del papel, los nuevos periodistas solo serán becarios de la Red, sin imaginación ni estilo. Bastos lazarillos de los más grandes, casi todos muertos, mientras ellos hacen piruetas en el aire con el lápiz, escribiendo en una nube que se disipa en el espacio con el leve viento del otoño que ya llega. En la internet, a pesar de su poderío, no vale todo, ni por asomo posee el encanto de un trozo de papel que te mancha los dedos de tinta y que se lee en la guagua y se leía en los descansos del cine Víctor. Es lo mismo que la televisión, que se ha comido al cine, que para mí murió cuando enterraron al Víctor, al Rex, al Numancia y al Royal Victoria. Cuando a Crespo se le averiaba la máquina de proyectar, o se confundía de rollo, que era casi siempre, y ponía el beso del final al principio de la película, ante el estupor del respetable, el propio Crespo daba la cara en el escenario y resolvía el enigma con una sola frase: “Ella muere”, en medio del lógico abucheo. Crespo te despachaba la entrada, te conducía a tu butaca, te enfocaba con la linterna cuando hablabas muy alto y te vendía los caramelos en el descanso. Una especie de Dick Van Dike en Mary Poppins. Un hombre orquesta. Los periodistas de hoy en día son eso, hombres orquesta del espacio, muy modernos, eso sí, pero que ni siquiera conocen el olor y el humo del plomo, que nosotros en La Tarde combatíamos con leche fresca. Qué tiempos aquellos en los que yo dormía la noche del domingo al lunes en un sillón de la redacción para cerrar temprano las páginas deportivas. Me van a hablar a mí de digitales.

Publicado en Diario de Avisos

Los nuevos periodistas
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