Por Andrés Chaves
1.- El otro día me acordé de los muebles de mi vida. Yo soy un enamorado de las antigüedades. De hecho, mi casa, poco a poco, se ha convertido en un pequeño museo con las cosas que he reunido a lo largo de mi vida. He dejado escapar muchas, porque la afición no viene de siempre, sino que nació en la primera treintena. Así que tantos objetos de mis antepasados acabaron sus días en la basura, con gran pena mía ahora. Pensaba en cuántos de los muebles que he heredado han convivido juntos en otros lugares; si se conocen, como si tuvieran vida. A cambio de que desvalijara todas las monedas que encontrara en frascos y alcancías, mi hermano Pepe me regaló la mesa de despacho de mi padre; que lo fue también de mi abuelo. No puedo describir la emoción que sentí cuando llegó a mi casa. En esa mesa estudié yo el bachillerato y mis primeros años de universidad. Busqué y encontré en ella viejas muescas y claves que lo confirman. Ahí guardaba cartas de amores juveniles; en esa superficie de caoba escribí mis primeros artículos para un periódico imaginario. Esa mesa es como mi familia y ahora la uso frecuentemente. Cada vez que abro sus cajones larguísimos echo a volar los recuerdos y fluyen de una manera perversa días de alegrías y tristezas lejanas.
2.- Las manchas de tinta, muy leves, que han resistido el tiempo, se relacionan, por ejemplo, con una pluma Parker 51 de mi abuelo, regalo del padre de mi amigo Miguel Cabrera Pérez-Camacho . Es la que uso. Para no tener la tentación de regalársela a nadie la hice grabar con mis iniciales. Esa pluma escribe divinamente, qué pena que Parker dejara de fabricar sus modelos de baquelita y capuchón de acero, con la flecha característica como traba. En Buenos Aires he encontrado modelos similares. Algunos fabricados, bajo licencia, en Argentina, pero ninguna de esas plumas escribe como la de mi abuelo Pedro , que me la regaló cuando ya no le interesó firmar nada más. Es uno de los recuerdos más preciados.
3.- Los muebles nos trasladan en el tiempo. Uno, acristalado, muy bonito, de finales del siglo XVIII, primorosamente restaurado, que fue librería en la casa de mi abuelo y de mi bisabuelo, lo tengo como armario de mis jerseys intocables. Está perfecto, de caoba, con filos dibujados y vidrios originales. Ya digo que lo usaban como librería, como exhibidor de libros de indudable calidad que también conservo, aunque en otro lugar. ¿A quién le interesará todo esto? ¿Quién está tan chalado como yo para guardar tantos recuerdos que a tantos se le antojan inútiles? Mi afición, por ejemplo, por las viejas cajas fuertes, de funcionamiento perfecto. ¿Cuántas cosas se habrán guardado en ellas? ¿Cuántos documentos, cuántos dineros? Una hasta hace de bar, con sus paredes arenadas y su combinación complicada. Muebles de mis recuerdos, cuánto los quiero.
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