Yo me enamoré del género periodístico de la entrevista leyendo a don Luis Álvarez Cruz, que era un maestro. Incordio, pero maestro, y de corazón grande. Como profesor de la Escuela de Periodismo nunca lo soporté. Pero como profesional lo admiré. Él nos puso en la modernidad. No había científico, literato u otros eruditos que aparecieran por la Isla que él no entrevistara. Con brillantez y sabiduría. No es que don Luis supiera de todo, sino que las cogía al vuelo. Para ser entrevistador hay que coger las respuestas al vuelo y, en consecuencia con ellas, repreguntar aparentando ser tan sabio como el entrevistado. El valor de la entrevista no llega al de la crónica; que se lo pregunten a Ruano o a Camba, pero si consigues el ritmo suficiente logras captar a los lectores. Ahora van a editar un libro mío de entrevistas, con unas 100, publicadas en este periódico, mantenidas con variopintos personajes. Me alegro, porque se trata de un libro que sale sin esfuerzo, con el trabajo ya hecho. Solo basta un pen-drive y las fotos, nada más. Las recopilaciones son la panacea de los que escribimos en los periódicos. Se precisa un buen corrector y ya está. Y no como el que me cambia a mí lo de “la fin del mundo” por “el fin del mundo”, sin tener en cuenta que el mago ha feminizado el final de los tiempos, igual que las ministras le dan patadas a la sintaxis. La mala sintaxis del rural es una bendición, porque entretiene y, si no, lean mis libros sobre el mago y su cuñado, si es que los encuentran porque se han vendido veintitantos mil ejemplares de sus distintas versiones y no queda ni uno. Hoy, cuando me levanté, sobre las 12 del mediodía, me provocaba hablar de la entrevista. Y lo he hecho, aunque adornada la cosa.
Publicado en Diario de Avisos