Por Andrés Chaves
1.- Camino por las veredas de La Paz, aquí en el Puerto de la Cruz, entre arbustos descuidados y paseos perfectos, apenas transitados. Hay otro Puerto, desconocido y semisalvaje, por entre las arboledas de las urbanizaciones y los edificios de lujo, en el antiguo campo que fue del señor de Fuerteventura, don Francisco Bautista de Lugo y Saavedra , sobre el que don Alonso de Nava y Grimón , marqués de Villanueva del Prado, alzó el Jardín Botánico de La Orotava. Tantos años después, hoy relucen estos edificios bellísimos y las modernas ciudadelas de estilo canario, con sus tejas alineadas y sus palmeras cimbreantes. He transitado, por lo de andar sin que me vean, por estos pasillos que serpentean los fértiles terrenos de Yeoward , cerca de la derruida Casa Amarilla de Wolfgang Köeller , espía de espías y alemán estudioso de los primates, cuyo recuerdo tanto ha glosado mi admirado profesor José Luis García Pérez . He leído, sentado en sus bancos de madera, historias de la zona, desde la casa hasta el jardín, todo alzado sobre aquellos fértiles prados del señor de Fuerteventura, en los que pastaba el ganado y discurrían las aguas del Valle, traídas desde lo más alto de la isla, desde su cordillera dorsal.
2.- Estas tierras son una continuación del frondoso Rincón orotavense, que empieza en las estribaciones del Valle y viene a desaguar en la playa del Bollullo, llevándose por delante huertas de plátanos y autopistas. Y todo termina en los confines del Botánico, en los límites de El Durazno, donde aparecen de improviso núcleos de palacios sin descubrir, inmuebles modernos de arquitectura desigual, restaurantes rurales y viejas casas abandonadas que sería un lujo restaurar. Efectivamente, existe otro Puerto de la Cruz, desconocido y misterioso, enterrado bajo el palio de lo poco frecuentado. Pero yo, con mi andar de prescripción médica, lo he detectado.
3.- Hay otro Puerto donde anida la lechuza y duermen las tórtolas y los mirlos son legión y dormitan los lagartos en sus lechos de hojas secas. Un Puerto de la Cruz excelso, al que los viejos muy viejos vivieron como un prado, desde El Rincón a El Durazno, que yo recorro ahora, siglos después, mirando con deleite a todas partes. Quedan hierros inservibles en el camino, y casetas de obras, y follaje sin regar, decolorado y arremolinado en los caminos serpenteantes; pero, como en un pueblo de Castilla que cantara el maestro Azorín , todo es silencio y paz y se escucha la presencia de los amigos del bosque. Hay, pues, otro Puerto de la Cruz, más rústico y campestre, entre frondas germinadas por los tiempos y veredas de piche.
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