viernes. 02.05.2025

Les escribo de nuevo de madrugada. Estoy empezando a rechazar cualquier tipo de violencia en el cine y en la televisión, que no me deja dormir, y me decanto por la comedia romántica, que no deja una larga huella, al menos a mí. Supongo que esto que digo lo van a considerar una gilipollada, pero hasta el escribidor profesional más incisivo y cruel tiene su corazoncito. La parte buena de las vidas de ficción, con sus finales felices, llena a uno de momentáneo optimismo. Los sufrimientos del ser humano superan siempre a los momentos de gozo, que son contados y que en ocasiones nos pasan desapercibidos a quienes los disfrutamos de manera tan inconsciente. El cine (igual que la televisión, que es una de sus consecuencias) transmite violencia, situaciones límite, pero también ternuras y afectos efímeros, que son impagables. Estamos viviendo tiempos muy difíciles, pero a mí me llena de esperanza, cuando salgo a la calle, la cantidad de lectores que me paran para alabar lo que escribo. Si todas estas opiniones fueran sinceras, que no lo sé, tendría motivos para sentirme muy satisfecho, aún en el inevitable final -por razones de edad- de mi actividad periodística, ahora tranquila, blanda y ad amorem. Es cierto que algunos generosos compañeros de profesión, casi siempre sin títulos ni méritos, hacen correr la voz de que estoy acabado, pero estos igualmente andan en lo cierto, por los mismos motivos de mi supuesto éxito. La vida de un jubilado puede ser también un reflejo inverso de los sentimientos y vivencias del pasado, al menos en mi caso. Yo era cañero, ya no lo soy; pero me preocupa el mundo en que vivo y sólo ejerzo la violencia verbal cuando hablo de política, que es cada vez menos. Ahora sólo veo comedia romántica, para llorar un poco con la felicidad de la pantalla.

Publicado en Diario de Avisos

Comedia romántica
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