Por Andrés Chaves
1.- Hace tiempo que no me llaman para las tertulias. Hacen bien. Yo me tomo las tertulias a broma y no me gusta mezclarme con algunos analfabetos y una suerte de sectarios que son llamados a preguntar obviedades a los políticos en los platós. Casi todos los periodistas -es preciso hacer alguna excepción- se creen en posesión de la verdad y se convierten en pontífices de su propia ignorancia. Que algún godo advenedizo, acostumbrado además a hacer negocio con la profesión, le pregunte sobre corruptelas a un político que parece estar sentado en un banquillo frente a inquisidores de pacotilla se me antoja patético. Y también injusto. Que el director de un confidencial vendido al PSOE se erija en denunciante -en falso- de una persona decente me parece un atropello. Que nos sintamos con capacidad para juzgar a gente generalmente honrada, que tiene que aguantar estoicamente nuestros improperios, es terrible. Abomino bastante de esta profesión, o por lo menos del ejercicio que hacen de ella algunos individuos. Son los que se arrogan el protagonismo en las tertulias, sometiendo a un tercer grado a los que acuden como invitados, como quienes van a un matadero.
2.- Luego rascas en la piel de estos informadores (?) y no hay nada. No tienen la formación mínima y se creen protagonistas de sus historias cuando lo que cuentan es generalmente un disparate. Tengo que hacer algunas excepciones entre estos cachorros y carrozas de la depauperada profesión de periodista. Y, por extensión, amplío mi opinión al circo nacional en el que muchos de los tertulianos no son otra cosa que infiltrados de los partidos políticos, singularmente del PSOE. Se me cae la cara de vergüenza viendo actuar a camaleones de la profesión, que han cambiado de color al son que le marcan los tiempos y las dádivas. En Canarias tenemos algún que otro ejemplo. Incluso uno de ellos se ha subido recientemente a un escenario para recibir su oro correspondiente. Qué asco.
3.- Uno va cumpliendo años y ya no se sorprende de nada. La edad me da pie para conocer a las personas y para valorar sus comportamientos. Nadie puede decir que no me haya reído de mí mismo, ni que no haya sido crítico con mi actuación profesional, tan aplaudida y tan cuestionada por tantos. Entre mis detractores, yo mismo. Entre los cachorros y los carrozas de las tertulias encuentra uno no poca morralla. Esta profesión huele a mierda por todos lados, ya no sólo aquí, en donde se ha devaluado hasta la exageración, sino en España, en donde ha caído a los infiernos. Nunca hubo tantos vendidos en el periodismo español. Ni en el canario.
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