1.- Hay dos clases de amigos; los que están siempre y los que se echan a correr cuando creen que les vas a pedir algo. Yo tengo de los dos. Corren tiempos malos, incluso para la amistad. Me lo dice un amigo, harto de otros amigos. El hombre insiste en que comprende a los que se echan a correr, y añade: "Están equivocados, yo lo que quiero es hablar, que me escuchen, y tampoco tienen tiempo". He consolado a este estimado compañero de jubilación diciéndole que la crisis nos ha deshumanizado a todos. Que las cosas no son como antes. Que todo el mundo tiene sus problemas. Que es difícil que las cosas vuelvan a los años de bonanza. Que no los vamos a gozar más veces porque sólo se vive una vez. Y en el caso de los periodistas, nuestra existencia es consustancial con la falta de posibles. César González-Ruano , en sus diarios publicados, aludía siempre al sobre de aquel periódico, al giro de la editorial, al pago de aquella conferencia, a la depresión que trincaba cada vez que se veía sin dinero.
2.- En la casa de mi abuelo tocaba siempre un poeta malo llamado Chinea , que le hacía versos horrorosos en unos papeles sucios, que a mí me daban mucho asco, pero que sin embargo leía. Una letra redondilla, un viejo gabán príncipe de Gales, olor a naftalina, veinticinco pesetas y un café. Este era el resumen de sus visitas. "Abuelo, ahí está Chinea", le decía yo, con mucha pena del poeta pedigüeño. Muchos años más tarde, cuando empezó la crisis y todo se vino abajo -porque todo se vino abajo-, pasé muchas noches en vela preguntándome de qué iba a vivir. Y no obtuve respuestas, entre otras cosas porque no las había. Luego llegó el acomodo a las nuevas circunstancias y la felicidad de la jubilación.
3.- Mi amigo sigue preguntándose por qué han huido todos. Pero para esto no existe respuesta. Huyen porque ya no les interesas, porque creen que has perdido poder, porque estiman que no rellenas el hueco social de antes y ya no te pueden utilizar para hacer esta o aquella gestión. Porque te han visto mirando una obra por el agujero o llevando a tu nieto al colegio; porque han detectado que llevas dos horas vagando por la ciudad con la bolsa del pan; porque tu pelo se ha teñido con hilos de plata y porque han visto en tu rostro una sonrisa bobalicona e impersonal. Por eso huyen para no cruzarse contigo. Temen que les vayas a pedir algo a cambio de nada.
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