jueves. 18.04.2024

Por Fernando Marcet Manrique

No señor, ni una. Ni siquiera la de Green Peace. No consigo ver en esos trapos de colores nada que me rememore algo mínimamente bueno. Si la vexilología es la ciencia que estudia las banderas, ¿qué ciencia es la que estudia los millones de personas que han muerto y siguen muriendo en su nombre?

Precursoras de fronteras, símbolos de la insolidaridad entre los pueblos, hacedoras de diferencias, las banderas ostentan el dudoso honor de haber ocasionado más pérdidas humanas y materiales que todos los terremotos del mundo..., junto con las religiones.

Dame una patria y dame un dios que alimenten mi fanatismo, no necesito más excusas para hacer la guerra. Y cuanto mayor sea mi fe, cuanto más grande sea el amor a mi tierra y a mi bandera, más grande será el fervor con el que combatiré. Nada tan sencillo como derramar la sangre de los diferentes. Y si no son diferentes, nos inventamos diferencias para que lo sean.

Hitler lo tuvo bien claro cuando se planteó crear una formación política desde la que acabar dominando el mundo. Fue lo primero que hizo, buscarse una buena bandera. Un símbolo contundente sobre el que pivotase el odio hacia todos aquellos que no fueran alemanes de pura cepa.

Sabino Arana no lo tuvo menos claro cuando cogió la Union Jack inglesa y trocó sus colores. Sabía que construir una nación desde la nada era imposible sin una buena señera. Los vascos, protagonistas de primer orden en aquella reconquista (también promovida por los símbolos y la fe) que acabó por definir lo que hoy conocemos como España, dicen que ya no quieren tener nada que ver con eso que ellos mismos crearon, y ondean ikurriñas con ese mismo fervor exhibido por los musulmanes cuando alzan sus coranes al cielo.

Las banderas, y los himnos que les van a juego, son parte de esos retazos prehistóricos que todavía nos mantienen anclados a un pasado en el que el odio y la separación entre nosotros prevalece sobre la unión y la plena consciencia de que todos los seres humanos somos básicamente iguales, diferentes dentro de nuestra individualidad, pero iguales en lo comunal.

La ONU es un maldito chiste concebido para perpetuar el poder de los cinco países pertenecientes a su consejo de seguridad. Las naciones no se unen, las personas lo hacen. Nación y unión son términos que casan tanto como agua y aceite ¿Organización de Naciones Unidas? ¿Y por qué no Organización de Peces Secos?

El concepto de globalización acabó por estropearlo todo, poniendo de moda eso de las identidades folklóricas frente al enemigo común representado por el imperialismo yanqui. Qué confusión más inoportuna, pensar que la ausencia de las fronteras es lo mismo que la homogeneización de las gentes, pensar que la conservación de las tradiciones ha de ser un fin en sí mismo, creer que obligar a todos los individuos pertenecientes a una zona geográfica determinada a vestir, hablar o comportarse de tal o cual forma es en algo mejor que permitir esa tan temida pérdida de identidad comunal.

Un individuo esclavizado siempre será un individuo esclavizado. Porque son los individuos quienes sufren las ausencias de libertad. Los individuos, nunca los pueblos. Los pueblos no se liberan, los individuos lo hacen. ¿Quién es más libre, el portabanderas que se rige conforme a unas tradiciones y a una forma de comportarse estrictamente adecuadas o ese otro individuo que decide por sí mismo hablar un idioma que considera más rico, llevar una vestimenta que considera más cómoda o alimentarse de una forma que él considera más sana o simplemente agradable? No señor, no me gusta el gofio, y no consiento que nadie me diga que debería gustarme por el hecho de ser canario. El único límite a la libertad de cada cual debería ser no entrometerte en la libertad de los demás, y no creo que porque no me guste el gofio esté haciendo menos libre a nadie ¿Por qué hemos de ceder ante ese tipo de imposiciones? ¿Cómo se come que alguien me diga que nuestro pueblo debe alzarse libre y que luego me insulte o me corrija airado si uso el vocablo autobús en lugar del guagua? ¿Qué extraño concepto de libertad es ese? ¿Qué clase de libertad es esa que en vez de tener en cuenta a los individuos sólo se preocupa por someterlos a su férrea disciplina grupal?

Sólo hay una bandera que para mí sea digna de respeto. La única, en realidad. La bandera blanca. La bandera de la paz, la bandera de la rendición, la bandera de las no banderas. Una bandera sin escudos, sin colores, sin eslóganes. La bandera que no impone nada a quienes la ondean, porque es una bandera vacía. La bandera que nos permite expresarnos libremente como individuos, porque no nos obliga a identificarnos necesariamente con una serie de estereotipos o tradiciones comunales. La bandera que nunca empezaría una guerra, porque no tendría ninguna excusa para ello. La bandera que jamás trazaría fronteras, porque cualquier podría identificarse con su color, que es la suma de todos los demás. Esa sería mi bandera, si tuviera alguna, pero aun esta, sería incapaz de ponerme la carne de gallina.

Ninguna bandera me pone carne de gallina
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