viernes. 16.05.2025

Algunos maliciosos ya comentan por las esquinas, a modo de leyenda urbana, de la supuesta existencia o no de un senador por Lanzarote. “Haberlo dicen que haylo, pero nadie lo ha visto nunca”, dicen los más coñones, con esa socarronería tan típica de los canarios más viejos.

Dentro de ese mismo “marco” senatorial, lo que sí es cierto y está perfectamente demostrado en las hemerotecas es que en la actualidad política nacional aparece y desaparece, cada cierto tiempo y cual río Guadiana, lo de la supuestamente necesaria reforma del Senado español. Un viejo debate que todavía hoy está por cerrarse definitivamente.

Hasta la fecha, nadie ha explicado nunca de forma convincente la razón (sinrazón para muchos) de crear esas dos Cámaras allá cuando la restauración democrática, aunque la propia Constitución apunta unas respuestas que tampoco convencen a casi nadie. En buena teoría constitucional, el Senado es la Cámara de representación territorial. Dicho así, sobre el papel, queda muy bonito y hasta romántico. Pero una Cámara de representación territorial, “strictu sensu”, también lo es el Congreso. De hecho, los diputados y los senadores proceden de los mismos sitios y regiones (o nacionalidades, por decirlo en la forma políticamente correcta en la actualidad), aunque es cierto que en el Senado existe un mayor enriquecimiento de representación, por así decirlo.

A efectos de eso que llamamos el Poder Legislativo, no parece haber duda de que el protagonismo está en el Congreso de los Diputados. El Senado es una Cámara con derecho a decir, pero no a hacer, parecido a aquello otro de que el Rey reina, pero no gobierna. Después de la creación más o menos artificial del denominado Estado de las Autonomías (recordemos el chiste recurrente de la época, que se contó hasta el cansancio preferentemente en el diario de la ultraderecha “El Alcázar”, y que propició incluso un libro del ya fallecido Fernando Vizcaíno Casas, titulado “Las Autonosuyas”): diecisiete en total, con sus correspondientes o respectivos gobiernos, parlamentos, administraciones, competencia y lo que no está ni en los escritos. En suma, todo un lío de pretensiones o de decepciones, que de hecho ha empezado a poner en quiebra el también manoseado principio de solidaridad inter-territorial.

Con respecto a la escasa o nula validez empírica del Senado (duda o temor que se acrecienta cuando un senador isleño, por ejemplo, se pasa dos años “desaparecido en combate”), en su día se pensó que si el Poder Central ya no debía existir, había que crear una suerte de Poder Autonómico, según la lógica de los primeros momentos de la Transición. De aquello salió un mal engendro que no se supo o no se pudo abortar a tiempo. Y así hasta hoy, con un Senado que sigue en tierra de nadie o en el limbo político... y algunos supuestos senadores, muchísimo más.

Senado: ¿Hay alguien ahí?
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