Lanzarote es un lugar de enormes contrastes. Sólo aquí pueden convivir a pocos metros de distancia calles con el nombre de José Antonio Primo de Rivera y Dolores Ibárruri “La Pasionaria”. Sólo aquí puede haber monstruosos hoteles encima de paradisíacas playas. Es aquí, donde se producen estos desequilibrios de la razón, donde también suceden cosas imposibles de comprender. Nos detenemos en una de ellas, el increíble “traslado-destitución-cese” o como lo quieran definir que se produjo del que es a juicio de este diario uno de los mejores policías que ha pasado por la Isla, el comisario de la Policía Nacional en Arrecife Raimundo Villanueva.
Se trata sin duda de un singular policía, alguien que fue capaz en muy poco tiempo de ganarse el respeto, la admiración y el cariño de este pueblo. Por lo que se refiere a los medios de comunicación, fuimos testigos de una metamorfosis que cambió la oscuridad por luz. De repente empezamos a saber la verdad de la labor policial, lo bueno y lo malo, conocimos su trabajo en precario y las dificultades a las que se enfrenta un cuerpo de seguridad ciudadana que no tiene ni los recursos humanos ni materiales necesarios para atender a la siempre creciente población de la capital de la Isla.
Así empezaron todos los problemas de Raimundo Villanueva, con su cercano trato a los medios de comunicación. Resulta que a los que mandan a los que mandan no les hizo demasiada gracia que un funcionario público contara la verdad de las cosas. Parece que era mucho mejor que los medios y los ciudadanos siguiéramos viviendo en la peor de las cegueras. No querían que nos acercáramos, aunque fuera de refilón, a la realidad que nos rodea. Casi a diario comenzaron a llegar a las redacciones de los medios comunicados de prensa en los que se narraba en silencio la frustración colectiva de un cuerpo que se tenía que resignar a detener veinte o treinta veces al mismo sujeto al que a la hora del desayuno veían tranquilamente caminando por la calle.
Desconocemos quién movió los hilos para que Raimundo Villanueva dejara de ser comisario en Arrecife. Desconocemos quién propició que la plaza que se había ganado a pulso recayera en José Antonio Fernández García-Camacho, otro policía contra el que no tenemos nada puesto que no es responsable de lo que sucedió.
Parece increíble que se prive a los ciudadanos de Lanzarote de la presencia estable de una persona que no sólo se había adaptado perfectamente a la idiosincrasia de este pueblo sino que disfrutaba enormemente con su trabajo. Durante años nos quejamos de la interinidad de un puesto vital para controlar algo tan básico como es la seguridad ciudadana. Rezamos para que llegara alguien eficaz, trabajador y que no tuviera ganas de marcharse a los cinco minutos de estar aquí. Los rezos tuvieron respuesta, llegó Raimundo Villanueva, pero la política, como siempre, cambió todo, y lo cambió para peor.
Preferimos no adentrarnos en las posibles conversaciones que hubo antes de que se adoptara la decisión definitiva. Suponemos que en ellas tuvo participación también la clase judicial, los encargados de impartir justicia que a veces se olvidan de la lógica a la hora de tomar decisiones. Los mismos a los que no les sentó nada bien que se enviaran notas de prensa a los medios resaltando el cachondeo que supone ver a los delincuentes entrando por una puerta y saliendo por la otra, o a los policías que se juegan la vida cada día en las calles testificando como acusados de maltratos que jamás cometieron.
En este país el que no tiene padrino no se casa, y Raimundo Villanueva no lo tenía. Sentimos enormemente su marcha, como estamos seguro de que la sienten muchos ciudadanos de Lanzarote que imaginamos que estarán igual o más indignados de lo que estamos nosotros. Abogamos, en la medida de lo posible, por su regreso, insistiendo en que no nos gustaría perjudicar en absoluto al otro profesional que ocupó su cargo y con el que evidentemente ni éste ni el resto de medios tiene la comunicación fluida que existía con el comisario Villanueva.