Coincidiendo con el primer año de vida de este joven diario, hemos sido víctimas de uno de los golpes que la vida lanza con increíble fuerza y brutalidad en ocasiones, de esos golpes que doblegan el espíritu del más fuerte. Nuestro compañero Mario Crespi, autor de la sección de análisis literario que una vez a la semana nos regalaba un paseo por lo mejor y lo peor de los muchos libros que son y están en el mundo, falleció el pasado sábado en el Hospital General de Arrecife.
Mario, que empezó la aventura de Crónicas desde sus orígenes, tenía más de seis décadas a sus espaldas, aunque nadie lo diría sin saberlo. Desde el principio se ganó el cariño y el afecto de sus compañeros. Se integró en el grupo con su eterna y seductora sonrisa, con su amena y rica charla, y de inmediato entabló amistad con muchos de los que ahora lloran su desaparición.
Mario vino de Uruguay hace poco más de un año. Después de recorrer medio mundo, siguió los pasos de uno de los maquetadores del periódico, Federico Marta Crespi, y se dejó guiar hasta el lugar donde por desgracia terminaría muriendo. Fue aquí donde descubrió lo duro que le resulta hoy en día a una persona de fuera abrirse un hueco en la teórica Europa de las oportunidades. Fue aquí donde sin embargo no cejó en el empeño de seguir creciendo como persona, en esa constante búsqueda de la experiencia vital.
Mario, un poeta entrañable y sensible y un prosista metódico y disciplinado, luchó como nadie había luchado antes contra el coma profundo en el que cayó tras sufrir un infarto cerebral. Los médicos y el resto de magníficos profesionales del Hospital General de Lanzarote no se podían explicar cómo alguien en su estado pudo mejorar como lo hizo en tan poco tiempo. En sus últimos días ya se comunicaba con la gente que estuvo a su lado, lo hacía a través de sus enormes y brillantes ojos azules. Parecía que cualquier día terminaría levantándose de la cama para regresar a Uruguay y estar así al lado de todos aquellos que no pudieron compartir sus últimos días, de todos aquellos a los que siempre quiso, sus hermanos Marta y Roberto, sus hijos, sus sobrinos...
Pero el destino tenía otros planes para él, y una traicionera neumonía arrancó de cuajo cualquier esperanza. No pudo más.
Este lunes su cuerpo fue incinerado, y muy probablemente dentro de unos días su compañera de viaje en estos últimos días, Valeria Jáuregui, se lo llevará en avión para atravesar el tremendo desierto de agua que separa los dos continentes. Allí podrá volver a ver los verdes pastos de un chiquito país que siempre llevó grabado a fuego en el recuerdo, que jamás olvidó.
En este periódico estamos de luto. Se ha ido una de las manos más brillantes de las que hoy en día conforman la plantilla de escritores y periodistas. Le vamos a echar de menos, te vamos a echar de menos, Mario. Sin embargo, estamos seguros de que estés donde estés seguirás haciendo amigos con esa facilidad que sólo la gente como tú tiene para enganchar con el alma del prójimo. Descansa en paz, amigo.