jueves. 15.05.2025

La reciente emisión de dos reportajes sobre la drogadicción en Lanzarote en sendas cadenas televisivas de alcance nacional parece haber desatado una alarma que en las últimas fechas parecía algo larvada. Tal parece que la bofetada duele más si te la propinan desde fuera que si te la dan en casa. Pero lo de menos es que ambos reportajes, emitidos en Televisión Española y la cadena Cuatro (casualmente, las dos muy próximas ideológicamente al Ejecutivo socialista, cuyos correligionarios en Arrecife están ahora en la oposición al grupo de gobierno municipal), hayan tenido una mayor o menor repercusión en toda España. Lo verdaderamente importante es que la situación de los drogadictos en la capital lanzaroteña es la que es, con o sin reportajes televisivos. El resto es secundario, casi una anécdota comparado con la gravedad de ese enorme problema social.

Para mal de males, es sabido que el narcotráfico va inevitablemente unido a la delincuencia y la inseguridad ciudadana. Y se puede, aunque no se deba, intentar maquillar, disfrazar o relativizar la triste realidad que constituye esa creciente y más que preocupante inseguridad que se está viviendo en las últimas fechas en Lanzarote, que nos ha llevado a ocupar “privilegiados” lugares de portada en toda la prensa del Archipiélago en los últimos años. Ahora, además, nos prestan atención las grandes cadenas televisivas nacionales. Podemos hacer oídos sordos incluso a las protestas ciudadanas y a la principal preocupación de la totalidad de los vecinos. Desde la indolencia política se puede hacer todo eso y más. Pero si nos disparan en mitad de la frente, cerrar los ojos no evita que la bala nos mande al otro barrio.

Ante graves situaciones como la que nos ocupa hoy en este espacio editorial, los políticos suelen mirar para otro lado, y se dan a la penosa y poco responsable tarea de echar balones fuera y culparse los unos a los otros de sus respectivas ineptitudes. Pero lo peor es la constatación empírica de que, cuando desde dos bandos públicos se acusan de incompetencia, casi siempre ambas partes llevan razón. Y todavía se atreverán, dentro de apenas unos meses, a pedirle el voto a este mismo pueblo indefenso al que tienen abandonado a su negra suerte.

Interesadas y fáciles manipulaciones de cifras al margen, es lo cierto y fácilmente verificable que lo que hemos dado en llamar inseguridad ciudadana ha aumentado en las últimas fechas en la capital conejera en unos porcentajes tan elevadísimos y desproporcionados que ha terminado alarmando al mismísimo Ministerio de Interior... que de tan alarmado, por cierto, se ha debido quedar helado y no parece mover ni un solo dedo para paliar en la medida de sus posibilidades tan tremenda y tamaña situación. Los últimos y graves sucesos que están en la mente de todos (no tendríamos espacio para citarlos aquí y ahora uno por uno porque se nos quedaría corta la columna) sólo son un eslabón más de la larga cadena en la que se ha convertido las mil y una variedades de esa inseguridad ciudadana que se adueña de una pequeña ciudad insular.

Desde hace años, las críticas ciudadanas son prácticamente unánimes (todo el mundo se queja por todas las esquinas de lo mismo), las denuncias se amontonan en juzgados y comisarías (las que se presentan, que son una minoría, pues se ha perdido la confianza en la eficacia de las fuerzas policiales y judiciales), el miedo a andar por la calle es cada vez mayor puesto que los atracos o los tirones se producen a plena luz del día y en cualquier rincón. En suma, una situación insostenible. Y nadie pretende ser alarmista o catastrofista: de alarma y de catástrofe es la propia situación. De nosotros mismo depende afrontarla como es debido o seguir cerrando los ojos ante la grave realidad. Una realidad de la que en ocasiones sólo parece que se dan cuenta las autoridades locales cuando viene una televisión de fuera de Lanzarote y les saca los colores ante toda España.

Cuando nos sacan los colores desde fuera...
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