viernes. 29.03.2024

De los incontables daños del neoliberalismo uno es la expansión de un individualismo excluyente de cualquier atisbo de solidaridad y empatía hacia los demás. Es una cultura meritocrática, que supone que cada cual es responsable de sus éxitos o sus fracasos. Las expectativas de la vida de los ciudadanos derivan de lo que ellos hacen por sí mismos y no de lo que la sociedad puede hacer por ellos. Tiene éxito quien toma buenas decisiones o tiene suerte, y fracasa quien toma malas decisiones o tiene poca suerte. Es el dominio de un capitalismo salvaje, que supone la implantación de lo peor que llevamos dentro los seres humanos. El sálvese quien pueda. Estos valores conducen a la ley de la selva. Su consolidación no se debe al éxito por sí mismo, sino más bien a la desintegración de las alternativas. Este descarnado darwinismo social, no sólo es inhumano, también es irracional. ¿O no lo es que un solo individuo amase una riqueza superior a la de muchos países? Bill Gates, no es genio como nos quieren hacer ver, es tan solo un oportunista que supo aprovecharse del sistema capitalista. La pregunta que deberíamos hacernos no es cómo lo consiguió sino cómo está estructurado el capitalismo, qué es lo que funciona mal en él para que un solo individuo pueda alcanzar un nivel de riqueza tan desmesurado, mientras miles de personas pasan hambre, pobreza y exclusión. Justificar tales diferencias solo puede ser producto o de mentes aquejadas de alguna enfermedad paranoica o de algún desalmado.

Si es grave convivir con la desigualdad y sus patologías; también lo es regodearse en ellas. Predomina una asombrosa tendencia a admirar las grandes riquezas y a concederles estatus de celebridad («estilos de vida de los ricos y famosos»). Pero esto no es nada nuevo: en el siglo XVIII Adam Smith observó la misma disposición entre sus contemporáneos. «Esta disposición a admirar, y casi a idolatrar, a los ricos y poderosos, y a despreciar o, como mínimo, ignorar a las personas pobres y de condición humilde es la principal y más extendida causa de corrupción de nuestros sentimientos morales.

Ahora quiero fijarme en otro aspecto sobre el origen de la riqueza y la pobreza, que he conocido en el libro Gobernar para la sostenibilidad. La situación del mundo 2014. Informe anual del Worldwatch Institute y en uno de sus artículos Los cimientos político-económicos de un sistema sostenible de Gar Alperovitz, profesor de Economía Política de la Universidad de Maryland. Por mucho que los ricos aduzcan que lo son por sus propios méritos, numerosos economistas, incluso con Premios Nobel, lo ven de muy diferente manera.

La investigación moderna ha demostrado que una proporción muy grande de las ganancias particulares constituye un superávit inmerecido proveniente en su mayor parte de los avances tecnológicos creados por generaciones anteriores, un incremento de producción que no se corresponde con el aumento del esfuerzo y de los costes aportados por los actores mercantiles actuales, según el historiador de la economía Joel Mokyr. Hay muchos ejemplos en el mercado de subvención colectiva. La investigación y el desarrollo financiado por los gobiernos (responsable entre otras cosas de Internet), así como las compras públicas son partes fundamentales de la riqueza privada. La educación pública es otro ejemplo: según expertos, el 15% del aumento de la productividad en el siglo XX es debido al aumento del nivel de educación en los trabajadores, a medida que se extendió la educación secundaria gratuita y universal. A pesar de la obviedad de la argumentación, en el debate público prevalece el exclusivo merecimiento individual. Mas si admitimos que la riqueza actual generada es en buena parte producto de los avances tecnológicos acumulados a lo largo del tiempo, parece evidente que al conjunto de la sociedad debería llegar un reparto más equitativo de ella. El economista y Premio Nobel Herbert Simon expresó esta idea en una contundente denuncia de la creciente desigualdad: “Siendo muy generosos con nosotros mismos, podríamos afirmar que hemos ganado algo así como una quinta parte de nuestros ingresos. El resto consiste en el patrimonio derivado de ser miembro de un sistema social muy productivo, que ha acumulado una inmensa reserva de capital físico, y una reserva incluso mayor de capital intelectual- incluyendo los conocimientos y las competencias que todos tenemos”.

También ya defendió en 1911 estas ideas Leonard Trelawny Hobhouse en su libro Liberalismo, argumentando que la verdadera función de los impuestos es garantizar que se devuelva a la sociedad la parte de la riqueza cuyo origen es social o, más ampliamente, todo aquello que no deba su origen a los esfuerzos de las personas individuales vivas. Un individualismo que ignora el componente social de la riqueza no es individualismo, sino un tipo de socialismo privado que priva a la comunidad de su justa participación en el disfrute de la industria y que genera por ello una distribución unilateral e injusta de la riqueza.

Existe socialismo privado cuando la riqueza generada mediante bienes comunes no es compartida por la mayoría, sino que se la apropia una minoría, y cuando es la sociedad quien asume las pérdidas si fracasan los ricos. Hoy con tales fortunas en unas pocas personas, podemos concluir que el socialismo privado se ha desquiciado.

Bill Gates no es genio, es un oportunista del sistema capitalista
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