viernes. 19.04.2024

Un aviso de entrada. Si te consideras y sientes auténtico español, te recomendaría no leyeras todo lo que viene a continuación, ya que podría molestarte. Hecha está la advertencia. Prosigo.

Los españoles, en comparación a los habitantes de otras latitudes estamos dotados de una idiosincrasia especial, definida por el Diccionario de la lengua española de la RAE: “Rasgos, temperamento, carácter, etc., distintivos y propios de un individuo o de una colectividad”. Esta manera de ser y estar en el mundo se ha ido forjando y posando a lo largo de nuestra historia.

Somos y nos creemos diferentes, y por supuesto los mejores, dotados de todo un acervo de virtudes, debido, en parte, a nuestra poca capacidad autocrítica, por lo que nos enorgullecemos. Nos creemos que somos el ombligo del mundo. Somos unos sabelotodo, otra cosa muy diferente es que lo seamos. Porque, como declaraba el académico Francisco Ayala “el español acostumbra a creer que lo sabe todo.” Pero lo más sospechoso es que nadie se sorprende de tal desfachatez. Al ser todos tan sabios, tenemos solución para todos los problemas, por arduos o complejos que sean. Nos creemos auténticos Mesías del destino nacional. Nuestro discurso preferido podría ser así: Si yo fuera Presidente del Gobierno, lo arreglaba todo en dos días. A algunos, es posible que nos sobraran aún 24 horas. Además nuestros argumentos los exponemos gritando, y hablamos todos a la vez, y encima, lo que parece algo milagroso, nos entendemos. En una barra de un bar, con una caña y un vino en la mano, no hay tema que se nos resista. Nos da igual el fútbol, los toros, la política, la educación, la historia, la literatura, el cine…De todo manifestamos nuestra opinión, que, por supuesto, es siempre la mejor. Cuestionamos y damos lecciones a los profesionales de la medicina, de la enseñanza, del derecho, de la historia… ¡Y ay de aquel que se atreva a discrepar de nuestras afirmaciones! Al respecto, me parecen muy oportunas algunas reflexiones, las considero plenamente actuales, de Azaña de su obra La Velada de Benicarló:

“Ustedes decían que el enemigo de un español es otro español. Cierto. ¿Por qué? Porque normalmente es de otro español de quien recibimos la insoportable pesadumbre de tolerarlo, de transigir, de respetar sus pensamientos…El blanco de su impaciencia, de su cólera y enemistad es otro español. Otro español quien le hace tascar el freno, contra quien busca el desquite. ¿El desquite de qué ofensa? La ofensa de pensar contrariamente. El español es extremoso en sus juicios. Está enseñado a discurrir partiendo de premisas inconciliables. Pedro es alto o bajo; la pared es blanca o negra; Juan es criminal o santo…Los segundos términos, los perfiles indecisos, la gradación de matices no son de nuestra moral, de nuestra política, de nuestra estética. Cara o cruz, muerte o vida, resalto brusco, granito emergente de la arena…Percibir exactamente lo que ocurre en torno nuestro, es virtud personal rara. Las muchedumbres no la conocen. En nuestro clima de visionarios, aquella virtud personal deja de parecerlo y se convierte tal vez en un estorbo, cuando no es un defecto injurioso. Mi comprobada ineptitud política se engendra de atenerme con rigor a la demostrable. Un cartelón truculento es más poderoso que el raciocinio. … La moderación, la cordura, la prudencia de que yo hablo, estrictamente razonables, se fundan en el conocimiento de la realidad, es decir, en la exactitud. Estoy persuadido de que el caletre español es incompatible con la exactitud: mis observaciones de esta temporada lo comprueban. Nos conducimos como gente sin razón, sin caletre. ¿Es preferible conducirse como toros bravos y arrojarse a ojos cerrados sobre el engaño? Si el toro tuviese uso de razón no habría corridas”.

También somos generosos, hospitalarios, divertidos y capaces, a veces, de los mayores sacrificios. Aunque últimamente con la llegada masiva de población foránea, proliferan cada vez más la xenofobia y el racismo; lo que significa un claro desconocimiento de nuestro pasado y presente como emigrantes.

Impuntuales, porque siempre llegamos tarde, abusando de la paciencia del que sabemos nos está esperando. Puede que sea porque durante muchos años, las mujeres españolas acudían con impuntualidad sistemática a las citas con sus novios o amigos. Presentarse puntualmente “no estaba bien visto”.

Un tanto indolentes, al costarnos bastante arrancar para el inicio del trabajo, sobre todo después de la siesta, dejamos las cosas para el día siguiente. Estamos siempre contando los días que nos faltan para jubilarnos.

Orgullosos, como el hidalgo del Lazarillo de Tormes, por ello alegamos no saben ustedes con quien se la está jugando. Pretenciosos vivimos muy atentos a las apariencias y por encima de nuestras posibilidades, y, por ende, nos preocupa sobremanera el qué dirán. Chismosos, como se demuestra la popularidad de programas televisivos basados precisamente en el chismorreo. Chapuceros, por ello nos cabe el orgullo de haber inventado la chapuza, hija de la improvisación y prima carnal de la irresponsabilidad. Bebedores, ya que no sabemos celebrar un acontecimiento, igual da que sea una boda que un entierro, a no ser con una copa

Vivimos en un tsunami de corrupción. Para la catedrática de Filosofía Moral Victoria Camps “Cuando hay corrupción existe la complicidad del grupo político y también la de toda la sociedad”. Y es así porque carecemos de unos valores éticos claros, en torno a los cuales organizar nuestra convivencia. En un reciente artículo Azúa decía “Durante los periodos de corrupción general, como en nuestros últimos quince años gracias a la inflación del ladrillo, toda ella contaminada de hez mafiosa y protegida por los intocables locales, no hay izquierdas ni derechas, sólo prostituidos y macarras”. Iñaki Gabilondo se preguntó en un debate sobre el tema: “¿Ha cambiado realmente la sociedad o pagaríamos de nuevo corrupción a cambio de prosperidad?”

Estamos acusando a nuestra clase política de su incapacidad para el diálogo, lo que nos ha conducido inexorablemente a la repetición de las elecciones el 10-N; así como a la gravedad actual del problema catalán, que también es español. Es cierta su incapacidad para el diálogo. ¡Qué contraste con el resto de la ciudadanía! Para corroborar nuestro ADN para el diálogo no hace falta más que escuchar a muchos tertulianos en los diferentes medios de comunicación, observar los comentarios de muchos de nuestros conciudadanos por las redes sociales, las conversaciones en las barras de los bares o las reuniones de la comunidad de vecinos. Los ciudadanos damos muestras de ser un país dialogante, flexible, presto siempre a escuchar al otro y a acordar con él decisiones conjuntas en pro del bien general. La sociedad española se considera a sí misma como perfecta, pero que tiene la desgracia de estar dirigida siempre por los peores. Lo cual no cuadra con tal afirmación. Porque, una de dos, o no es verdad que los elegidos son siempre los más imperfectos o la sociedad española no es tan perfecta como se cree, puesto que elige una y otra vez a los peores para que la dirijan. ¿Si somos tan perfectos por qué nos equivocamos una vez tras otra a la hora de elegir a nuestros dirigentes?

Continuemos nuestras reflexiones sobre nuestros políticos. Señala Daniel Innenarity en La política en tiempos de indignación, que en el menosprecio a la clase política se cuelan lugares comunes y descalificaciones, que muestran una gran ignorancia sobre la naturaleza de la política y propician el desprecio hacia ella. A estos críticos les deberíamos recordar que cuando impugnan algo tenemos derecho a exigirles que nos diga quién ocupará su lugar. No ocurra aquello de la incongruencia del último vagón. Se trata del chiste relacionado con unas autoridades ferroviarias que, al descubrir que la mayoría de los accidentes afectaban al último vagón, decidieron suprimirlo en todos los trenes. ¿Hacemos lo mismo con la clase política? ¿La suprimimos toda? ¿Ponemos entonces a tecnócratas como Monti o Draghi? Queremos en el Parlamento a los mejores, pero no estamos dispuestos a pagarles un sueldo digno, y así solo acudirán los ricos. Exigimos las listas abiertas, y solo un 3% de los electores utiliza las ofrecidas en el Senado.

En un aviso a navegantes despistados y malintencionados, que abundan en esta España nuestra, en absoluto pretendo exculpar de la incapacidad manifiesta de nuestra clase política para liderar y dirigir nuestros asuntos públicos. Así las cosas, quizá deberíamos plantearnos sustituirlos por otros que estén a nuestra altura y que reflejen nuestro carácter con mayor fidelidad, pudiendo decir de ellos que representan nuestras virtudes.

Así somos los españoles, un acervo de virtudes
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