No creo que hoy la confianza pública en la prensa deba buscarse en la sociedad tratando de inculcar una fe ciega en los medios. Pienso que algo parecido ocurre con la Policía y los ciudadadanos.
Simplemente hay que entender y valorar la importancia de la prensa, como deberíamos hacer, creo, con la presencia policial. A su vez, quienes trabajamos en los medios deberíamos compartir con el pueblo lo máximo posible nuestro reporteo y fuentes de información. Hasta aquí la teoría, y algo que también podrían y deberían hacer desde ciertos despachos autorizados a informar.
Sería genial que la información de esas fuentes oficiales no goteara tanto. Unas veces cojean por temor a despertar pánico social ante determinados sucesos, en otras ocasiones por respeto al secreto judicial y, en algunos casos, porque simplemente no es el momento que más interesea que algo se sepa.
A la Policía, como a la prensa, tampoco se le puede pedir que nunca defraude al ciudadano (como al lector) al menos desde la perspectiva de la seguridad subjetiva, en un caso, y de la ideología propia, en otro.
Y todo eso a través de una empresa informativa, que cada día exige a los periodistas que se provean de la infraestructura necesaria, las fuentes, para difundir la información que recaban y procesan.
La misma sociedad es el objeto noticiable de la prensa, ya sea a partir de historias sobre algunos de sus individuos o mediante grupos de éstos, o bien instituciones públicas y organismos de la sociedad civil. El periodista escribe y cuenta sobre la gente, sobre lo que hace, sobre lo que le pasa. Y, sobre todo, elige reportar y destaca información sobre sucesos que tienen relevancia para el interés público, entendido éste como aquello que tiene pertinencia social, es decir, que afecta a la vida de la sociedad. Así, partes de la sociedad se convierten también en fuentes de información que merecen del periodista un trato respetuoso.
Sin embargo, lo que ocurre cuando ese flujo de información -el de fuentes oficiales y/o autorizadas- se corta repentinamente tiene también bastante que ver con la desconfianza que la Policía puede llegar a generar en los propios ciudadanos ante tanto silencio institucional.
Es comprensible que los comunicados y mensajes oficiales de la Policía pasen por sus correspondientes filtros y sean sometidos a 'centralizadores controles de calidad'. Lo que no es de recibo es que las únicas fuentes autorizadas a informar dentro de todo un determinado cuerpo arezcan escondidas, y que por norma se quiten de encima, con repetidas excusas, esa demanda de información sobre la que se sustenta la labor periodística. (Y a buen entendedor, ...)
Así no se atiende la demanda social y, peor aún, sí que se genera esa desconfianza ciudadana hacia la Policía. La falta de información, más que acallar ciertos temores y rumores, levanta sospechas más dañinas. ¡Que luego no nos llamen fisgones!
La ética periodística no pueda quedar solamente restringida al ámbito de la conciencia individual de periodistas y editores que, si bien resulta indispensable, no alcanza a todo el proceso de producción informativa. Esta labor incluye, por supuesto, la incalculable aportación de la fuente de información.