sábado. 10.05.2025

Por Miguel Ángel de León

[Carta abierta de un abstencionista convicto y confeso a un votante convencido de ser más demócrata que nadie porque cada cuatro años cumple el ritual de depositar un sobre en una urna, o en varias]:

No recuerdo haberle insultado a usted, cristiano. ¿A qué viene entonces su constante insulto a los que no repetimos mecánicamente su mismo gesto electoral? Con demócratas así, ¿quién necesita más enemigos de la democracia?

Ya están todos los candidatos presentados oficialmente. Ya andan pidiendo el voto a boca llena, rompiendo la siesta de la vecina, el descanso del obrero. Ya están todos vendiendo humo, trufrando los medios de comunicación de retórica hueca, trasladando su blablablá insustancial y sus frases hechas (“la fiesta de la democracia” y otros hallazgos lingüísticos tan sonoros como vacíos) por pueblos, barrios y ciudades. Todos colgados... de las farolas. Todos fotografiados en las mil y una rotondas de Lanzarote.

Sí, les hace gracia el jueguito que se traen montado. Les estimula y excita. Y está bien, porque tiene que haber gente para todo y también son criaturitas de Dios, como dice el canario viejo de isla adentro. Ahí los tienes a tirios y a troyanos, para que te decidas por alguno... o por ninguno, votando en blanco, para que no se diga que no cumples con el sagrado deber (en realidad es derecho, pero aceptemos autoengaño como animal de compañía) de introducir la cosa en la caja, e irte luego a casa o a la playa con la conciencia tranquila y la íntima convicción de ser más y mejor demócrata que nadie. Así son los dogmas de fe: no está científicamente demostrada su supuesta verdad pero al creyente le basta y le vale. La superstición no es delito. Ahí tienes a la Iglesia de Roma, que está plenamente legalizada.

Las elecciones para el Parlamento regional, cabildos y ayuntamientos conducirá, dentro de apenas unos días, a unos a las urnas y a otros a las armas (de la abstención, se sobreentiende). A estos últimos no los verás nunca insultar, condenar, afear, satanizar o demonizar a ningún votante (y mira que se vota lo que se vota en esta isla; no hay que ir más allá de este último mandato de m). Respetan la voluntad ajena. Es decir, tienen un comportamiento plenamente democrático, o al menos mucho más que el que muestran los fundamentalistas del voto que menosprecian a los que no participamos en ese ceremonial por mil y una razones (algunas las he citado aquí en infinidad de ocasiones, pero hoy ya no tengo espacio en esta breve carta para repetirlas).

También lo dicen los viejos: “Un respetito siempre es muy bonito”. Y eso, nada más que eso, es lo que pedimos los que cometemos el tremendo pecado de acogernos a otra de las premisas que se recogen en la Constitución (sí, la dichosa Carta Magna que no te has leído ni por el forro): el derecho de todo ciudadano a abstenerse. Y a no ser insultado acto seguido, que fue lo que les faltó añadir a los constitucionalistas, para mi gusto. (de-leon@ya.com).

Vota por el respeto
Comentarios