Por Miguel Ángel de León
Los votos que cuentan son los que se recuentan en las urnas. Así está establecido y todos aceptamos esa verdad preñada de mentira, porque la democracia también tiene alcantarillas a las que arrojamos la inmundicia del sistema, que no es poca ni poco pestilente. Ayer anunciaban los periódicos progubernamentales (y supongo que las radios y las televisiones del régimen, pero yo apenas veo o escucho informativos que se limitan a parasitar la prensa escrita) que la mayoría de los andaluces dijeron SÍ al nuevo Estatuto. Es una mentira como una catedral, claro, pero a nadie parece importarle esa nimiedad. La única verdad es que sólo la mayoría “de los andaluces que votaron” (que fueron una minoría) dijo SÍ en el referéndum, pues todo el que acude a votar a esos plebiscitos con trampa y cartón oficialista ya va abducidos de antemano a las urnas (menos en San Bartolomé, claro, porque los batateros somos así de chulos, como ya debería saber Juan Antonio de Ajei). Con una abstención superior al 63% de los votantes potenciales ya se me dirá qué validez moral tiene esa consulta con la que el deschavetado Chaves concluye que “el SÍ ha sido abrumador”. Para abrumadora, la “falta de ignorancia” -por decirlo en canario- del presidente andaluz.
Hasta Poncio Pilatos, aquel gobernador o delegado del Gobierno de Roma (director de la Administración del Estado o del Imperio lo llamarían hoy los toletes adictos a complicar los nombretes) se montaba unos plebiscitos más democráticos que estos que se ha sacado de la manga el Gobierno zapaterista, pues Pilatos tuvo al menos la vergüenza torera de no tomar partido a favor o en contra de la crucifixión de Nuestro Señor Jesucristo, que al final la decidió en democrática mayoría o referéndum instantáneo el pueblo, que votó por la excarcelación del nacionalista Barrabás, como es triste fama. "El pueblo nunca se equivoca", dicen los demagogos que no saben lo que dicen. "Vox populi, vox Dei". Ya te digo...
Ha pasado ahora en Andalucía lo mismito que sucedió con motivo del referéndum europeo, aquel otro inmenso camelo político/periodístico del que nunca más se supo. Aquella falsa -por manipulada, mediatizada y cerrada de antemano- consulta popular nos recordó las que se montaba en su día y momento Panchito Franco, o las elecciones controladas de Fidel Castro, en donde sólo vale votar a favor del Gobierno. Y eso que hay una ley que prohíbe que el Ejecutivo tome partido cuando se convoca cualquier clase de referéndum. Menos mal...
Si no hubiera o hubiese trampa en estos falsos plebiscitos, alguien defendería una postura contraria a la oficial. Alguien abogaría por el NO. Algunos apostarían por la abstención (que ya se ve que no necesita publicidad para ganarse siempre la simpatía mayoritaria). Pero eso no sucede, y el Gobierno de turno, con el dinero de todos, publicita la única vía que le interesa: el SÍ o SÍ. Tanto es así que, aunque no vaya a votar ni Dios, siempre sale vencedor el convocante... menos en mi pueblo, como ya queda dicho, donde sabemos mejor que nadie lo que es una verdad y lo que no pasa de ser una simple o simplona batata (léase, mentira).(de-leon@ya.com).