Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Octavio Paz y compañía de enormes escritores en español (quizá a excepción de Jorge Luis Borges, que es un monstruo aparte; bájate de internet ahora que puedes su entrevista con el maestro de periodistas Joaquín Soler Serrano, y dale al cuerpo y a la mente ese gustazo) matarían por haber escrito una sola de sus canciones. Es más, muchos cambiarían toda su vasta y valoradísima obra literaria por la autoría o la propiedad intelectual -que la llaman ahora- de una sola de aquellas canciones salidas de la mente del mujeriego, bebedor y pendenciero, el muy machista. [Si eres o te consideras políticamente correcto y sufres los prejuicios del feminismo mal entendido, no sigas leyendo lo que sigue. De nada].
Chívale al “youtube” (con perdón por el anglicismo) el “Gracias” junto a su nombre, José Alfredo Jiménez, y escúchalo en su propia voz, ahora que te ahogan en la radio y en la tele voces vacuas de cantantes afónicos y afásicos.
“He ganado dinero para comprar un mundo más bonito que el nuestro, pero todo lo aviento porque quiero morirme como muere mi pueblo”.
Ya sabes que la muerte en México es mucho más que la muerte en cualquier otro sitio, como de aquí a Lima. Si todavía no has agarrado las vacaciones, como el que esto firma, ni conoces el país que está tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos (los mexicanos también son Estados Unidos, en el más amplio sentido de la palabra), ya estás tardando en visitar la patria del propio JAJ y del pequeño/gran Juan Rulfo, otro que escribió tan poquito y también tan bien.
Lo mejor de la literatura es lo variada que es, en formas y en autores. Y ahí cabe Cervantes, Góngora, Plinio Apuleyo Mendoza, Paco Umbral o José Alfredo Jiménez, por citar apenas algunos a modo de botones de muestra. Tal y como lo lees. Las letras de las canciones de José Alfredo son ahorita mismo cultura universal y popular, pues el pueblo las ha hecho tan suyas que hasta olvida o ignora que tienen un autor que no fantaseó cuando escribió, sino que se limitó a retratar su propia y ajetreada vida. Incluso quienes no han oído o pronunciado su nombre entonan sus canciones, preferentemente allá por la quinta copa, no necesariamente de tequila. Apunta ahí, no más, algunas de entre la casi infinita lista de los que hoy son clásicos de la canción popular, todas ellas salidas de la mano, la voz y la vida del más grande compositor mexicano de todos los tiempos: “Camino de Guanajuato”, “El jinete”, “Que te vaya bonito”, “La estrella de Jalisco”, “Tú y la mentira”, “La media vuelta”, “Amanecí en tus brazos”... y, por supuesto, “El rey”. Cualquiera de ellas, y de las que no se nombran porque no nos cabe en este columna tan chiquita, las habrás escuchado mil y una vez en la voz de los principales cantantes en español del mundo entero, desde el viejo Julio Iglesias (te lo regalo) al chinijo Luis Miguel (otra gran voz tantas veces desperdiciada en naderías por culpa del mercado discográfico, que no tiene entrañas, como es triste fama).
“He ganado más aplausos que dinero. El dinero no sé dónde lo tiré por ahí”.
Una de las letras menos conocidas, la que corresponde a la canción “El borracho”, es de las que más redondas se me antojan:
“Llegó borracho el borracho,
pidiendo cinco tequilas.
Y le dijo el cantinero:
Se acabaron las bebidas.
Si quieres echarte un trago,
vámonos a otra cantina.
Se fue borracho el borracho,
del brazo del cantinero,
y le dijo qué te tomas,
a ver quién se cae primero.
Aquel que doble las corvas
le va a costar su dinero”.
Puritita literatura de altura, para mi gusto. Venga, póntela en el cacharro electrónico mientras apuras la copa y el verano. (de-leon@ya.com).