Por Miguel Ángel de León
La prensa teóricamente seria repetía este lunes, a cinco columnas, el gran titular sobre el notición del siglo y del milenio: “Se llamará Sofía”. ¿Quién? Eso es lo que a buen seguro nos preguntamos, acto seguido y no más leer la alegre afirmación “informativa”, todos los que andamos algo más que despistados sobre la crónica social o prensa del vómito. Lees luego la letra pequeña y vienes a enterarte de que hablan de la chinija del hijo del rey. ¡Fíjate tú! Y entonces pasas de página a toda pastilla, claro, o tiras el periódico más lejos que cerca, por ver si todavía estás a tiempo de no contaminarte de la idiocia colectiva y del colectivo cotilleo de los ciudadanos cuando se comportan como cotorras.
No quiero ni leer lo que dirá al respecto del mismo notición de marras la otra prensa no tan seria. El mismísimo y prestigioso (¿?) diario El País llevaba como principal noticia de portada, meses atrás y con fotografía incluida, la primera salida de no sé qué princesa a comprar ropita para su bebé, chinijo o guagüita, como dicen en Chile y por ahí. Ya tú ves. Este es el periodismo que nos va quedando. El último que salga que apague la luz, si hace el favor y no le es mucha molestia.
SE EQUIVOCÓ LA PALOMA
En hablando de reyes, princesas y toda la pesca, el periódico monárquico por excelencia, el ABC (el mejor escrito, con diferencia, de entre los cuatro de alcance nacional que se editan en Madrid, pero ya sabemos que hasta el mejor escribano hace/echa algún borrón alguna vez, como es triste fama), recogía dos graciosas erratas (¿o eran errores?) en su edición del pasado sábado. En la página 53, la directora de la escuela de Música Reina Sofía, Paloma O'Shea (apellido que le viene que ni pintado a todo pijo que se precie), le dedica un parrafito laudatorio al violonchelista Mstislav Rostropovich, que había fallecido justo el día anterior. Paloma define al finado como un hombre generoso como intérprete y como educador. Y por si hubiera o hubiese alguna duda al respecto (que yo creo que no la hay, a fe mía), O'Shea escribe, textual y literalmente: “Hay tenemos a esos grandes profesores y alumnos que ha dejado a lo largo de su vida”. O sea, “hay los tenemos, sí”. ¡Ay, ay, ay con ese hay, Paloma, que hay que tener más cuidado con lo que hay que escribir! O sea, que se equivocó la paloma. Uy, uy, uy, se equivocaba...
La segunda errata (ésta sí que es tal, no cabe sospecha ni suspicacia al respecto) era mucho más graciosa, pues venía que ni pintada en el texto y en el contexto de la noticia. Página 58. Allí se apunta que “blog” es la palabra o palabro estrella de los 50.000 neologismos del español. Y mucho que me alegro, ya usted ve. En el subtítulo se dice que “la aparición de nuevos vocablos centró la atención de las jornadas dedicadas al uso del idioma en los informativos” (suponiendo que lo que se usa en los informativos sea algo que se puede llamar idioma, que me temo que ya es mucho suponer, visto lo visto y escuchado). Transcribo, tal cual, el último párrafo de esa noticia que sólo merece tres columnas de una página par, porque ni siquiera se llama Sofía:
Leonardo Sardiña, de Canal Sur, recalcó que todos los medios, por prestigio, deberían tener un libro de estilo. En su opinicón (sic), “si se empobrece cada vez más el idioma es por un problema social, es una cuestión educativa”, por lo que apeló a la responsabilidad de las empresas.
“Opinicón”. Ya tenemos otro neologismo. Las erratas a veces yerran menos que el autor, y en no pocas ocasiones -aunque no sea éste el caso- mejoran el texto. Aparte de la gracia implícita/explícita que tiene eso de leer cosas como aquel mítico aviso a los lectores: “Este libro no contiene herratas”. Bien mirado, y puestos a contar verdades, prefiero las erratas a las portadas dedicadas, enteritas y entregadas, a la chinija del chinijo del rey, o a ese “hay tenemos” de la señora O'Shea. O sea. (de-leon@ya.com).