sábado. 10.05.2025

Por Miguel Ángel de León

Sabedora de mi nula querencia o simpatía hacia el constante e injustificado uso y abuso de anglicismos innecesarios (el 99% de los casos), me recordaba este martes en la radio la compañera Laura San José una efeméride que se refería a ese mismo día, 15 de mayo: en esa fecha, allá por el año 1940, se prohibía en España el empleo de vocablos extranjeros en rótulos o lugares públicos. La prohibición oficial no decía nada de los medios de comunicación, que es actualmente el mayor reducto de papanatas o papafritas anglimemos, como es triste fama. Pero verdad es también que en 1940, en los primeros pasos de la posguerra y la dictadura franquista, y pese a todas las penalidades que de ello se derivaban, se escribía en los periódicos mucho mejor que ahora, con todas las salvedades o excepciones que se quieran o se puedan hacer, que haberlas también haylas. No me invento nada. En caso de dudas, ahí están las hemerotecas.

Debido a esa fobia de la que no me avergüenzo (antes al contrario) hacia el ocioso empleo de extranjerismos o barbarismos mil (siempre procedentes del idioma del actual Imperio, para que quede clara nuestra condición de provincia sometida a su tiranía, nunca de la lengua madre, el latín, o de la más hablada, el chino mandarín), algunos me tildan a bote pronto de purista, en el mejor y más diplomático de los casos, lo cual no es mal chiste aplicado a quien esto firma, como saben de sobra quienes me conocen algo más de cerca. Pero tanto me da que me da lo mismo, y no pierdo ni un segundo en desmentir simplonadas. Hasta el más tonto de la clase sabe que ninguna lengua es pura, pero sólo el más zote llena de impurezas la suya, que es la de sus padres y abuelos.

No voy a esperar que alguien tan palmariamente lenguatrapo como Zapatero, tan dado a innecesarios intervencionismos públicos, tan amante de decirnos a los demás lo que tenemos que hacer o no (como todos los malos políticos que en el mundo han sido, por cierto, a los que siempre les sale por algún dado el dictador que llevan dentro, unas veces mejor camuflado que otras), le sugiera a alguno de sus ministros/cremallera que se busque alguna fórmula para penalizar el mencionado empleo de anglicismos en los medios de (in)comunicación. Pero parece claro que si se inventara o inventase otro carnet/carné por puntos al respecto, la Guardia Lectora u Oyente iba a tener muchísimo más trabajo que la Guardia Civil de Tráfico, como de aquí a Lima.

Ese mismo martes recibo correo electrónico de Carmen, que se define como socióloga y residente en Santa Cruz de Tenerife. Me afea mi otra aversión hacia la Sociometría (y a mucha honra también, cristiana), y me dice, literalmente, que “a nadie más que a usted le he leído tanta crítica fácil sobre las encuestas electorales”. Que mi crítica es fácil es evidente: tan fácil como me lo ponen los propios resultados de esos sondeos, que luego nunca coinciden o casan con la realidad electoral que arroja las urnas (también está en las hemerotecas). Lo que no es verdad, doña Carmen, es que sea yo el único mortal que desconfía del camelo demoscópico. Le pongo no más que unas líneas del artículo que publicaba el lunes de esta misma semana Joaquín Leguina en el ABC: “Quizá sea por deformación profesional, pero pienso que las encuestas de opinión representan una penosa elaboración de obviedades y las preelectorales se inventaron para satisfacer la curiosidad enfermiza que sufren dos grupos sociales tan selectos como pequeños: políticos y periodistas, que se pirran por adelantar acontecimientos. Esas encuestas no sirven para otra cosa, teniendo en cuenta, además, que fallan como una escopeta de feria”. Justo lo mismito, aunque escrito con otras palabras, de lo que hemos venido apuntando aquí contra ese engañabobos, por más y por mucho que a quien vive de hacerlos o venderlos no le agrade reconocer esa evidencia.

Ya ve doña Carmen que no estoy solo en mi desconfianza hacia la “ciencia” sociométrica. Como tampoco soy el único que no oculta su recelo hacia los papanatas que, además de desconocer su propio idioma, se dedican a chapurrear lenguas ajenas. Doble traición, doble ridículo. (de-leon@ya.com).

Prohibido hablar raro
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