domingo. 11.05.2025

Por Miguel Ángel de León

En su día y momento, en tiempos del gobierno del PSOE que trocó la ilusión del cambio en la desilusión del trinque, don Felipe González Márquez llegó a acusar a don José María Aznar López y al PP de estar ejerciendo desde los sillones de la oposición lo que el entonces presidente del Ejecutivo nacional denominó "puro populismo". Pero el populismo, valgan verdades, es el ejercicio más clásico de la política, casi desde que el mundo es mundo, si ustedes se fijan apenas un fisquito en la Historia. Y quienes están en el poder, como quienes aspiran a ocuparlo algún día, ejercen ese populismo a poco que se les presente la mínima oportunidad. No hay que salir de Lanzarote para comprobarlo, con mucha más razón y motivo en estos tiempos de vísperas electorales.

Como es triste fama, los políticos -y no sólo Juan Ramírez Montero- se llenan la boca con la palabra pueblo, y éste es el destinatario final de las promesas que se sacan de la manga los hombres públicos (y las mujeres, como añadirían los pazguatos adictos a lo políticamente correcto). En realidad, el primer gran populista español en la historia de nuestra joven democracia fue, irónicamente, el mismito Felipe González que viste y calza. Los lectores recordarán algunas de sus proclamas más sonadas, como aquel "OTAN, de entrada NO" (que luego se transformó en el “OTAN, de salida tampoco”), o aquellas otras falsas promesas a los saharauis, por poner sólo dos ejemplos de algo tan escasamente ejemplar. Pero tampoco hay que olvidar que el socialismo procede de la liberación o de la salvación del pueblo (otra vez el pueblo), y por ello tiene que ser obligadamente populista. De alguna manera, lo lleva en su gen ideológico. Que le moleste reconocer esa obviedad es su problema, no el mío.

La historia reciente de España nos muestra claramente que el populismo de aquel PSOE de los comienzos de la transición democrática contra la UCD era, con diferencia, mucho más marcado y evidente que el que luego pudiera poner en práctica el PP frente al Gobierno de González. Eso por no recordar la fraseología habitual de Alfonso Guerra, actualmente cuasi desaparecido en combate. Guerra hacía uso de su ingenio y gracejo andaluz para escenificar puritito populismo con las ideas, con los discursos y hasta con la indumentaria (ahí están grabadas en la memoria aquellas chaquetas de pana, requeteusadas o gastadas cuando tocaba hacer el paripé del descamisado). Luego le cogieron gusto a los buenos trajes, a las corbatas y a la delincuencia de cuello blanco (época de la corrupción marca de la casa: el “gratis total” de Solchaga, los hermanos del Guerra, el Roldán, las filesas y por ahí), y así hasta hoy, que han vuelto al Gobierno nacional de la mano de este Zapatero remendón que no da puntada con hilo.

Verdad es también que Adolfo Suárez, el primer presidente del actual periodo democrático, no hacía otra cosa que populismo, para variar. Y ya ni les cuento del populismo de campanario que todavía sufrimos por culpa de la ola/moda nacionalista, que tampoco es moco de pavo. A mi modesto entender, este último es el más tonto pero también el más peligroso de los populismos que se conocen, puesto que acostumbran a desembocar -más pronto que tarde- en derramamientos de sangre. En caso de duda, repásese no más la historia y la histeria más reciente y candente, si salir de Europa.

Aquí, en Lanzarote, el rey del populismo fue y sigue siendo Dimas Martín Martín, incluso desde la cárcel, desde la cual está dirigiendo -y hasta protagonizando en primera persona- la precampaña electoral del PIL. Pero ya no es el único que se trabaja esa modalidad. Le han salido imitadores a punta pala, y casi todos peores que el original, pues la copia siempre pierde calidad con respecto al original. No hará falta dar nombres y apellidos. Sólo tienen que abrir el ojo y desparramar la vista para verlos, leerlos o escucharlos, vendiendo humo todos a una. Perdónalos, elector, porque no saben lo que hacen... (de-leon@ya.com).

Populista eres tú
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