Por Miguel Ángel de León
En la Semana Santa de 1997, hace hoy justo diez años (toda una década, se dice pronto), Su Santidad el Papa, Juan Pablo II, eligió las señaladas fechas para recordar -como citábamos aquí de pasada el pasado martes- que toda tendencia nacionalista es siempre una tentación diabólica. Unas palabras que no sentaron precisamente bien en la Iglesia del País Vasco y Cataluña, por poner dos concretos ejemplos en donde muchos autoridades religiosas han olvidado la esencia del mensaje cristiano, que era cualquier cosa menos ombliguista o egoísta. En caso de duda, recuérdese no más que hace ahora dos mil años y pico o dos mil años y poco desde que Nuestro Señor Jesucristo fuera crucificado de la forma y manera más democrática que se conoce: mediante plebiscito o referéndum directo (no como el reciente y fraudulento de la Constitución o Tratado de Europa, o el de los nuevos estatutos de Cataluña o Andalucía, donde no acudió a votar ni Dios), el pueblo decidió otorgarle la libertad al delincuente convicto y confeso Barrabás (nacionalista e independentista judío), y condenar en la cruz al Hijo de Dios hecho hombre, que por naturaleza y por su misión divina estaba llamado a ser tan antinacionalista ("Mi reino no es de este mundo") como antixenófobo ("Amaos los unos a los otros").
Así de claritas las cosas divinas, )cómo se explica entonces que escandalizaran tanto aquellas palabras de Juan Pablo II condenando todo atisbo o tentación necionalista? Cuando se produjo la mencionada y pública confesión del Papa, el diario catalán La Vanguardia informó que a muchos destacados dirigentes de CiU (algunos de ellos de misa diaria, me consta) no les gustó ni tantito así las palabras del sucesor de Pedro en la tierra. El que se pica, ajos come. Alguien lo describió muy bien: "Una de las extrañas paradojas de nuestro tiempo es la coincidencia de un concepto supranacional de Europa con la proliferación de nacionalismos localistas, generalmente violentos y destructivos. Ocurre con esto algo parecido a lo que sucede con el sentimiento religioso. Cuando se sale de la órbita íntima y personal para convertirse en una organización, adquiere enseguida aspectos de xenofobia e intolerancia. El nacionalismo político suele ofrecer la perversión de amparar bajo supuestas banderas de libertad el único objetivo de separarse de los otros [a los que Jesucristo recomendaba amar, como ya queda dicho], cuando no de destruirlos, para lo que hay que convertirlos en enemigos. Estos nacionalismos se nutren también de intolerancia y xenofobia. No es fácil comprender por qué el nacionalismo separatista suele ser tan irracional y, casi siempre, estúpido. Los líderes independentistas tanto autóctonos como foráneos no se recatan en falsificar la Historia, manipular datos económicos, mentir y coaccionar mediante la violencia a los que no comparten sus ideas".
Más patéticos aún son los que, además de la Historia, pretenden inútilmente falsificar el presente y contarnos la película contraria a la que todos estamos viendo ahorita mismo con nuestros propios ojos.
Parece elemental: si el propio Jesucristo era declarada y descaradamente antinacionalista, es de cajón y cae por su propio peso que el Anticristo, si lo hubiera o hubiese, ha de ser obligatoriamente nacionalista, aunque sólo sea para llevarle la contraria al Bien, conocedor y practicante de la máxima maligna del "divide y vencerás". (de-leon@ya.com).