miércoles. 14.05.2025

Por Miguel Ángel de León

Si me llevo por lo que me cuenta Almudena Martínez-Fornés, “será el próximo martes, 1 de agosto, cuando el presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, se trasladará a la isla volcánica [Lanzarote, se sobreentiende] dispuesto a disfrutar de unas vacaciones estivales en compañía de su mujer, Sonsoles Espinosa, y sus dos hijas, Laura y Alba”, a las que confieso que no tengo el gusto ni el privilegio de conocer. Para privilegio publicitario y promocional, el mencionado viaje de Zapatero, que siendo de los más baratos es de los más efectivos, al contrario que lo que vamos anualmente a buscar o a vender a Fitur y por ahí afuera, que nos consta que nos sale muy caro -sobre todo por los caraduras que se apuntan al viaje- y nunca queda claro qué nos reporta luego, si es que nos reporta algo tangible, que tengo yo mis serias dudas al respecto...y cada año más.

Los que presumen de estar bien informados dicen que Zapatero va a adelantar la fecha del primero de los dos despachos de verano que tradicionalmente mantiene el presidente de turno con el Rey en Mallorca, y que también tradicionalmente se celebran en agosto, para así ahorrarse el traslado que hubiera o hubiese tenido que hacer desde Lanzarote a la isla balear. Para que después algunos se molesten cuando lo rebautizo aquí, por error o extraña asociación de ideas, como José Luis Rodríguez “El Puma”... o el lince ibérico, tanto monta. Parecía tonto el leonés y las mata callando. En el fondo y en la forma estoy con él: las vacaciones son sagradas. Un respetito ahí a las mismas.

A Zapatero, además, le enamora romper tradiciones. Hasta el verano pasado -un suponer-, los distintos y distantes presidentes de Gobierno que ha habido en España en lo que llevamos andado de la actual democracia (por llamarla de alguna manera y para entendernos, porque esto ni es democracia ni cosa que se le parezca, para mi gusto), pasaban todos sus vacaciones, lloviera o tronase, en hoteles, casas o fincas, ya fueran alquiladas o de amigotes (siempre hay gente desinteresadamente servicial hacia los menesterosos que no tienen donde caerse muertos, como es fama), o en inmuebles, como la residencia del Coto de Doñana, propiedad de Patrimonio del Estado que, a diferencia de Patrimonio Nacional (ojo al pequeño/gran dato, que no es tonto ni manco) es un organismo que depende del Ministerio de Hacienda. No sé si me explico.

El año pasado, la Mareta fue sometida a nuevas obras de acondicionamiento (ya, ya... y yo me chupo el dedo y me trago el bello eufemismo) con el propósito de que estuviera en perfecto estado de revista para albergar y acoger como se merece a la familia real (porque tampoco es de mentira) Rodríguez Zapatero. Patrimonio Nacional, que parece el título de una película del pornógrafo octogenario Luis García Berlanga, destinó entonces 271.697,99 euros (45 millones de pesetas, por decirlo en cristiano) a esas “pequeñas obras” de restauración, mejora y rehabilitación, realizadas todas bajo la supervisión o atenta mirada de la mujer del presidente, que -como casi todas las mujeres que en este mundo son- tiene más y mejor gusto para estas cosas de las casas. Cuenta Almudena que una de las facturas más sonadas por aquel entonces fue la de los 8.987 euros que costó pintar y marcar la cancha de baloncesto de la residencia teguiseña, que Zapatero sólo pudo usar malamente tres días, pues el malhadado 4 de agosto de 2005 será recordado en la historia universal de las desgracias más desgraciadas de este desgraciado mundo como el día en el que Zapatero, pese a estar celebrando su cumpleaños -que ya se necesita tener mala suerte, a fe mía-, sufrió una rotura fibrilar, que la llaman, mientras practicaba el citado deporte gringo... que igual por ahí le vino el mal fario, vaya usted a saber. Claro, desfilan por delante de tu cara las tropas norteamericanas, tú no te levantas a saludarlas como es debido... y luego pasan estas cosas. No hay que tentar nunca a la suerte, como me dice siempre mi lotera preferida, incluso a riesgo de perder clientes. Pero no fue ese traspié el que más le dolió al presidente durante sus anteriores y accidentadas vacaciones en nuestra isla, sino la muerte de 17 militares españoles en un lamentable accidente de helicóptero en Afganistán. Insisto, no soy nada supersticioso pero, o mucho me equivoco, o la maldición del Tío Sam persigue a nuestro caro Zapatero. Quiera Dios que no sea nada lo de este año en La Mareta, una residencia sobre la que también pesa una leyenda negra sobre la que acaso otro día tenga tiempo y espacio para contarles aquí mismo largo y tendido, no sin antes tocar madera. Amén. (de-leon@ya.com).

Misterios en La Mareta
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