Por Miguel Ángel de León
Comparto la filosofía marxista (sector Groucho) casi al 100%, como creo que saben o intuyen los habituales y sufridos lectores de esta columna. Coincido con el del cinematográfico bigote postizo en similares manías: total aversión a la pertenencia a asociaciones o partidos políticos, absoluta indiferencia ante fenómenos parasubnormales como es el caso de la televisión, o el hecho de haber nacido igual que él: a muy temprana edad.
El más lúcido y lucido hermano Marx lleva ya casi treinta años recostado en su tumba, la mismita en la que se lee el más celebrado epitafio: “Perdone que no me levante”. Y aunque también se ha creado de él una leyenda negra, similar a la que le achacan a otros genios como Albert Einstein o Charles Chaplin (a los que se les acusa, con efectos retroactivos, de comportarse como auténticos déspotas con sus respectivas familias; a burro muerto, cebada al rabo), lo que queda es la obra: un puñado de impagables comedias cinematográficas, algunos libros y muchas entrevistas repletas de un humor irreverente que destila cinismo y escepticismo a partes iguales. Muy adecuado para estos tiempos tontos de lo políticamente correcto y de vísperas electorales, en donde todo se va en promesas o en entrevistas periodísticas (¿?) arregladas, pagadas y pactadas de antemano. Píquemelo usted menudito, cristiano, que lo quiero para la cachimba.
Dijo Carlos Marx, uno de los padres del comunismo que nunca se llevó a la práctica (al menos el que él predicaba), que la religión es el opio del pueblo. Y este otro Marx, Groucho, le dio la vuelta a la frase y sentenció -no con menos razón- que "el opio es la religión del pueblo". Donde pone opio ponga el lector la mencionada televisión o cualquier otro tipo de droga de las que enganchan e idiotizan, aunque verdad es también que la caja tonta fomenta la lectura. Es palabra de nuestro protagonista de hoy: "La televisión es muy instructiva: cada vez que la enciendo me entran unas ganas enormes de ponerme a leer". En hablando de libros, aprovecho unas líneas para recomendar la autobiografía “Groucho y yo”, editada hace unos años por Círculo de Lectores.
Otra de las sentencias más sobadas de Groucho era aquella que sostenía que "nunca perteneceré a un club [o partido político, tanto monta] que me admita a mí como socio". En Lanzarote está más que demostrado que los partidos admiten cualquier clase de individuos, incluso los de más dudosa moralidad. A estos últimos, por lo general, se les coloca además como líderes destacados o candidatos electorales de los mismos. No me pidan nombres y apellidos. Los tienen ahí: en los periódicos o colgados de las farolas. Vaya usted guardándome una cría, caballero. (de-leon@ya.com).