Por Miguel Ángel de León
Ya hay fecha para la inauguración oficial de la Casa de África: será el próximo 12 de junio (martes, para más señas). Agradezco de antemano la atenta invitación pero no estaré allí ni por equivocación (mi fobia a los actos sociales va en aumento). Al acto está previsto que asistan los Reyes de España (que no sé exactamente cuántos son, dicho así en plural), todos los embajadores españoles en África y demás profesionales de la diplomacia, aparte de la habitual corte/cohorte de políticos lugareños y otros ilustres ociosos. Que les aproveche.
Se dice en la nota oficial que la Casa de África de marras tiene como prioridad -ojo a la literatura vacía que sigue- “crear un espacio de encuentro e intercambio entre las instituciones públicas y privadas y las sociedades civiles de España, África y Europa”. No han puesto el sobadísimo topicazo de “optimizar” (un horrible neologismo puesto de moda por los que ignoran que es materialmente imposible llevar a cabo tamaño propósito, aunque no tengamos aquí y ahora tiempo ni espacio para explicar por qué), pero sí les ha cabido en esas tres líneas otras gastadas simplonadas como eso de la “sociedad civil” (redundancia que podría tener algún pase si existiera o existiese una sociedad militar, un suponer, que hiciera de contrapeso), además de diferenciar entre “España, África y Europa” (¿no habíamos quedado hace ya algún ratito que España también es Europa, cristianos?). La de boberías que tiene uno que leer a diario, vive Dios...
Conviene recordar que también los respectivos cabildos de las islas de Fuerteventura y Lanzarote, las más próximas geográficamente al continente contiguo (pero sintiguo, como dice el chiste), se han sumado al cuento (al consorcio, quise decir) de esta Casa de África, que tendrá su sede, para no variar ni perder la inveterada costumbre, en Las Palmas de Gran Canaria, según se entra al fondo a la derecha, como el servicio de todos los bares (que en Las Palmas, por cierto, están casi siempre cerrados a cal y llave). En el acto de constitución firmado el año pasado en la primera corporación conejera se dijo que Lanzarote invertía en el invento unos 200.000 euros (más de 33 millones de las periclitadas pesetas, que se dice pronto y fácil). Es dinero, sí. Otra cosa será que dé algún fruto, más allá de las buenas palabras, las mejores intenciones y toda la diplomacia que citábamos antes.
Desde aquí lo digo y desde ahora lo apunto: no creo en la bondad de la Casa de África. Y acto seguido añado que mi poca fe en el invento no tiene mayor importancia porque soy escéptico por naturaleza, y por deformación lectora de Baroja, Twain, Marx (Groucho) y por ahí seguidito. Nada me gustaría más que equivocarme en ese pálpito, pero a casi todas mis corazonadas el tiempo acostumbra a terminar dándoles la razón, sobre todo cuando tienen que ver con algo relacionado con políticos, promesas y parecidas puñetas.
En hablando de reyes y de África, me quedo con “La reina de África”. Toca la casualidad que la otra noche me dejaron copia de la película y que el mismo ordenador en el que estoy redactando estas líneas me permite verla en su pantalla. Ahí es nada el lujo: la Hepburn, el Humphrey y el Huston juntos. Para que luego digan que la hache es muda... En este caso deja sin voz al espectador. Ya no se hacen películas así (así de buenas, se sobreentiende). (de-leon@ya.com).