sábado. 10.05.2025

Por Miguel Ángel de León

Pese a la fama que tienen las niñas bonitas, cuentan que una tal María José Suárez, que fue coronada en su día como la mujer más guapa de España y parte del extranjero, le dio una soberana lección lingüística al periodista que la entrevistaba, definiéndose como una mujer “extravertida”, mientras el redactor se empeñaba en corregirla con “extrovertida”, como si no fueran o fuesen válidas las dos fórmulas, aunque se haya puesto más de moda la última. Cosas por ese estilo y peores se ven de último en el ejercicio de esa misma profesión que para muchos es la forma más divertida de ser pobre. Mírese no más el “prestigioso” diario El País, cuyos columnistas y editorialistas siempre trocan lo espurio en espúreo, y se quedan tan anchos y tan panchos, a pesar de que el segundo palabro no existe más que en el Libro de Estilo con menos estilo de la prensa española.

Mucho más grave y humillante para todo el periodismo patrio fue el que se derivó de una frase pronunciada algunos años antes por otra Miss España (con perdón por el pazguato anglicismo). Desconozco el nombre exacto de la bella intelectual en cuestión, pero sí recuerdo el supuesto disparate que salió de su boca y que no era tal. Al parecer, la chinija habló de “estar en el candelabro”, y al momento le cayeron encima todos los demonios. Los infraperiodistas, y principalmente los lenguaraces del gremio de la prensa rosa o del vómito, hoy más burros que ayer e infinitamente menos que mañana, sabedores de que la muchacha no era precisamente émula de doña Emilia Pardo Bazán (que menuda era la Pardo Bazán, por cierto, como sabía de sobra Benito Pérez Galdós, amantes ambos de sus respectivas literaturas, que mantuvieron una fecunda compenetración epistolar y tal), creyeron ver tamaña burrada en el hecho de que la bella oficial mencionara el candelabro en lugar del más sobado candelero. Menos bonita la llamaron de todo a la más guapa. Y resulta que los equivocados eran los censores. Los cazadores cazados, puesto que el candelabro no es más que un candelero mayor, de dos o más brazos... pero vete a decirle tú a un plumilla de los que hoy se estilan que intente conocer el significado cabal de las palabras antes de utilizarlas y te mandará más lejos que cerca. Hablo por experiencia y con sobrado conocimiento de causa. Nada les digo si nos referimos a otras mínimas exigencias profesionales. La ignorancia, que es muy atrevida.

Existe una elaboradísima teoría científica que mantiene que es incompatible la extrema belleza física con una inteligencia normal, no digamos ya superior. Y aunque todos conocemos a guapas tontas de caerse de culo a puntapala, también esa otra regla tiene dignísimas y llamativas excepciones. En cualquier caso, se sabe desde muy antiguo que la belleza es una tiranía de muy corta duración. Las dictaduras largas las encabezan tipos como Franco o Castro, tan ajenos a los cánones de la belleza como de la democracia, como es triste fama.

También se puede ser feo y decir boberías a cada paso. Ahí tienes al alcalde de Madrid, el tal Gallardón que va a volver a repetir en la poltrona porque no ha tenido oposición que le haga frente con cabeza, que escribe en los paneles informativos de las autopistas madrileñas el chirriante “by-pass” (tal cual) para referirse a un nuevo túnel, cuando, como le recordaba la pasada semana don Gregorio Salvador (el único académico ante el que Arturo Pérez-Reverte se levanta y le cede su sitio), el utilísimo Diccionario Panhispánico de Dudas admite desde hace rato el españolizado “baipás”. Dijo el sabio, haciendo un juego de palabras con la afamada película de la gran Marylin Monroe (otra con fama de rubia tonta, que ni era tonta ni era rubia), que la tentación de los poderes por querer cambiar el idioma sigue viviendo arriba. Si el idioma español -un suponer- lo dejamos en manos de lenguatrapos como Zapatero nos quedamos sin idioma, porque, pese a su procedencia castellana, pocos políticos principales hemos sufrido de último con tan corto discurso y tan nula capacidad para hablar algo más que paja y pajillo (todo es entullo), por decirlo en canario.

La destrucción de la principal seña de identidad de 400 millones de hispanohablantes sigue propiciándose a diario en el mismo país donde se creó. Un gran problema que está también en el candelabro, de muy triste actualidad. (de-leon@ya.com).

La niña en el candelabro
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