Por Miguel Ángel de León
No me dice nada el Antonio Gala escritor (novelista o dramaturgo, tanto monta: sólo recuerdo haberme dormido una vez en el antiguo Teatro Cine Atlántida, previo al del pavoroso incendio, cuando se escenificaba “Petra Regalada”, un tostón de padre y muy señor mío que ni la primera actriz de la obra pudo levantar). Al fallecido Eduardo Haro Tecglen, crítico de teatro, le tenía prohibida don Antonio su presencia en los estrenos de sus obras porque el columnista de El País siempre las ponía a caer de un burro, témome que de forma y manera más que merecida. Tampoco me llega a conmover (bueno, sí me conmueve, pero en un sentido contrario al pretendido por el vate) el Antonio Gala poeta, por más y por mucho que su última obra en verso se haya vendido como rosquillas entre el marujerío español, marujerío valiente. La escritura sonajero de Gala no es la literatura que prefiero ni la que le recomendaría a mi peor enemigo. Para mi gusto, pocas veces se utilizaron tantas y tan sonoras palabras para decir tan poca cosa, aparte del socorrido truco/trampa (porque en España hay más lectoras que lectores) de tratar invariablemente sobre el alma femenina, insondable asunto sobre el que sólo se sabe a ciencia cierta que no se sabe nada, como es triste fama.
Dicho y sentado lo anterior, una cosa es una cosa y otra cosa son dos cosas, si no nos engañan las matemáticas. Y, pese a que tampoco me convence habitualmente el Antonio Gala columnista (hablo con conocimiento de causa: le leo a diario sus cuatro líneas), el andaluz encarna también aquella gran verdad que avisa y advierte que no hay regla sin excepción que la confirme. Una excepción que he creído ver y leer en “La Tronera” del pasado domingo en el diario El Mundo, en un artículo que Gala titula “Nacionalismos”. Pocas veces se podrá decir con tanta razón que las 14 líneas -contadas- no tienen desperdicio, a mi juicio: “Los nacionalismos más excitados son un invento de las clases medias. Un burgués aspira a diferenciarse en cuanto logra dinero suficiente. El nacionalismo de izquierdas nunca es auténtico; se trata de una contradicción en los términos. La idea de la distinción nacional no es más que una especie de corona que algunos nuevos ricos aspiran a ceñirse porque piensan haberla merecido. De ahí que los terroristas sean precisamente los peores hijos de esa burguesía, que se han salido de madre. Y quieren arrebatar por la fuerza, no saben bien por qué ni cómo, lo que sus padres creen haber merecido o creen poder comprar, dado que se consideran superiores a aquéllos de quienes desean separarse. En el fondo, los nacionalismos son movimientos propios de advenedizos. Es decir, de inseguros”.
Tengo a gala decir y escribir lo mismo que Gala sobre ese virus tan infantil como mortal que esconde cualquier tipo de nacionalismo... pero no tengo ningún perro que se llame Troilo como para que me hagan el mismo caso que a don Antonio, cuyas charlas con su afamado chucho publicadas en la última página de El País Semanal eran mucho más interesantes y fructíferas, eso sí, que las de su soso sustituto Javier Marías.
CAMPANAS DE VEGUETA: El pasado fin de semana fallecía en Gran Canaria, a la altura de los 93 años, don Luis García de Vegueta, cronista oficial de la capital de la isla redonda y bienhumorado articulista de costumbres y expresiones canarias. A finales de la década de los 80 del siglo pasado, don Luis dedicó una de aquellas columnas suyas que publicaba en el diario La Provincia bajo el título genérico de Nuestra Ciudad a la agria polémica que mantuvimos durante años por aquellas fechas en las páginas del mencionado periódico don Mario Hernández Álvarez (q.e.p.d) y quien esto firma, sin tomar partido ni por su coetáneo (don Mario debía era de la quinta de don Luis) ni por el entonces casi chinijo conejero que osaba llevarle la contrario a un señor ya tan entrado en años. Sus palabras podían resumirse en un “haya paz, cristianos”, a modo de sencillo y sincero consejo. Las campanas de la Vegueta donde vivía y de la que tomó prestado su segundo apellido doblaron anteayer por su alma. Por decirlo con una expresión tan canaria y tan habitual en el finado: “Descanse en paz, usted”. (de-leon@ya.com).