lunes. 12.05.2025

Por Miguel Ángel de León

Seguidita a la inmensa carnavalada de Fitur, de la que hablábamos ayer en esta misma tribuna impresa y digital, llega este año la carnavalada propiamente dicha, que se inicia en los primeros días de febrero, por si hubiésemos tenido poco con el carnaval político en el que andan sumidos todos y cada uno de los partidos/rajados con implantación en Lanzarote, que nos lleva a algunos a preguntarnos qué necesidad o necedad hay de caer en la redundancia de otro carnaval postizo, forzado, fingido y ultrapolitizado o controlado por la gran censora mayor, doña Encarna Páez Descanse.

Vivimos tiempos tontos, como es triste fama (sólo hay que escuchar a Zapatero hablar durante horas sin decir ni media palabra cuerda o con contenido), y por ello es política y periodísticamente correcto elogiar también el carnaval, sin más y porque sí, pues se ha convertido casi en una obligación. Y el que no hiciera o hiciese ese elogio carnavalero constante es sospechoso, como mínimo y con mucha suerte, de ser cualquier cosa menos buena gente. Los que somos muy pocos “enrollados”, al Cielo gracias, pasamos de ambas correcciones: la política y la mediática, esas dos dictaduras mentales. Tanto es así que, a la mínima ocasión favorable, aprovechamos estas inminentes fechas y estas fiestas para huir de la isla, más lejos que cerca. Y nos ahorramos toda la murga (la propiamente carnavalera y la periodística al respecto, que no sabe uno cuál es peor y más dañina) y las palabras de Encarna dando consejos en lugar de recibirlos, que sería lo propio en su caso.

Incluso al menos carnavalero de los lanzaroteños, entre los que me incluyo, le llegan los ecos ciudadanos de la evidencia: el carnaval de la caos-pital conejera va de mal en peor, y cada año, por lo que me dicen sus sufridores directos, se va superando a sí mismo en esa marca desastrosa, pese a que el listón de la desorganización y el mal gusto se ha ido colocando cada vez más alto en las últimas ediciones. Ahí hay coincidencia general en el comentario de la calle:

-Los políticos se han cargado el carnaval de Arrecife, cristiano.

-Oh, y si sólo fuera el carnaval...

Son los mismos personajes públicos que interpretan muy bien su propio carnaval perpetuo (el revestirse, el transformarse, el transfugarse, sobre todo) pero la encharcan cuando inyectan su dirigismo en el popular. Así se explica -un suponer- que las ultramanipuladas y controladas galas de reinas y reinonas (de la grosería, a fe mía) sean cada año peores que en pasadas ediciones y, a buen seguro, mejores que las que están por llegar, porque todo lo que es susceptible de empeorar, vive Dios, empeora siempre que la mano que todo lo (des)controla sea la misma: de la concejal de turno, o la del ladino contratista chapuza que contrata invariablemente a cantantes mudas o afónicas y cuentachistes sin gracia. Cuanto menos cobre el "artista" al que no conocen ni en su casa a la bendita hora de comer, más se lleva el contratista o contra-artista. De ahí que no haya evolución festiva que valga, sino clara involución, porque lo que no puede ser no puede ser y además acostumbra a ser imposible.

Lo que sí canta, y canta mucho, es esa declarada y descarada manipulación política del carnaval. Y puede que lo único que escape de las garras de la misma sea la cabalgata o desfile de carnaval (el coso lo llaman de último los cursis), al decir de los entendidos en estas traquinas. Lo demás es el carnaval del caos y del desprecio a numerosos vecinos a los que se les condena a sufrir lo que no está en los escritos (zona de El Almacén y aledaños, por ejemplo). Sabemos que el carnaval, por definición, también es caos, pero una cosa es una cosa y otra cosa son dos cosas: si la organización oficial es caótica, lo propio es tildarla de desorganización, que es lo único que hay. La política “encarna” el caos, caballeros. (de-leon@ya.com).

El orden del caos
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